Los manifiestos sobre el proceso soberanista
Intelectuales del mundo
La intelectualidad española está abducida por la unidad, pero dónde está la clase intelectual catalana
Joan Barril
Ha dirigido el semanario 'El Món' y ha ejercido de columnista en diarios como 'El País' y 'La Vanguardia'. Actualmente presenta 'El Cafè de la República en Catalunya Ràdio'. En televisión dirigió el programa 'L'illa del tresor' junto a Joan Ollé en el Canal 33.
JOAN BARRIL
¿Qué es ser un intelectual? Es una pregunta que a aquellos que no trabajamos con las manos nos provoca una cierta vergüenza. En la soledad de las profesiones no existe el oficio de intelectual. La gente puede llegar a pensar que piensa, pero eso no les convierte en un epígrafe de la Seguridad Social. Pensar, en el sentido de reflexionar sobre el mundo, está al alcance de cualquiera. Pensar puede llevar al pensador a la perplejidad o a la desesperación. Del pensamiento debería pasarse a la acción, pero eso ocurre pocas veces. Porque el intelectual solitario necesita sentirse arropado por otros de su estirpe.
El intelectual es un ser acomplejado que se nutre del juego de espejos. Si algún día sale en la foto junto a un intelectual al que admira ya habrá cubierto su cuota de vanidad. Pero no olvidemos que los intelectuales son aves nocturnas y mamíferos de madriguera. Tanto es así que no se les suele ver con facilidad en pastos urbanos. Para llegar a intelectual se necesitan pasarelas de moda donde lucir el palmito. Y la pasarela más cotizada es siempre un manifiesto suscrito por decenas de firmas. Ser intelectual es así de fácil.
En la última semana hemos asistido a la publicación de dos manifiestos de intelectuales. Uno de ellos insiste en la expresión revolucionaria francesa de Libres e iguales. El otro, presentado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, tiende a proponer una solución federal a la Constitución. En el primer manifiesto, contundente y sin paliativos, se halla el nobel Vargas Llosa. En el segundo, más contemporizador, están Nicolás Sartorius y el filósofo Ángel Gabilondo. Ambos textos expresan la preocupación por la demanda secesionista catalana. En algo hemos mejorado. En 1842 el general Baldomero Espartero dijo que para que España fuera bien había que bombardear Barcelona cada 50 años.
Los intelectuales de Madrid están preocupados, pero no se van a manchar las manos con bombas. Un manifiesto siempre se acaba armando para poner en entredicho a Catalunya. Cabe pensar si la verdadera función del intelectual hispano sea esa de neutralizar un problema endémico que viene de siglos y que en los últimos años ha dado un cierto brillo a una derecha conservadora más pobre de ideas que de palabras rimbombantes.
Ya tenemos, pues, a los intelectuales españoles en formación cerrada, henchidos de una obsoleta concepción patriótica para saber quién la tiene más larga, la patria, por supuesto. Hace tiempo que la intelectualidad española no se mueve casi por nada. Ni se han acercado al rentable mundo de los libelistas, como sí logró Francia al canonizar a Stephane Hessel y su ¡Indignaos!.
Aquí el ensayo político ha estado capturado a sueldo de la FAES con los pobres resultados intelectuales que representa un pensador dependiente de un mecenas. A la izquierda del campo de batalla del pensamiento solo hay jeremíacos lamentos por la inexistencia de un capitalismo de rostro humano. Toda la prosa escrita y dicha con la que los lectores y oyentes españoles asisten cada mañana al apocalipsis nacional permite a algunos catalanes cínicos, entre los que me cuento, frotarse las manos de satisfacción. Tantos años de lamento catalán ante la incomprensión española y ahora, mira por dónde, empezamos a ver como también ellos se lamentan ante una eventual e ilegal consulta democrática. Pero si es cierto que la intelectualidad española se ha visto abducida por la cómoda referencia al monotema de una supuesta y artificiosa unidad del país, no es menos excusable preguntarnos dónde está la clase intelectual catalana.
¿Quieren saberlo? Está desaperecida en un combate de banderías internas. El intelectual catalán que intenta pensar como ese «ciudadano de un lugar llamado mundo» no halla reconocimiento. También aquí, sin necesidad de FAES, se exige al pensador patente de catalanidad monocromática que le abrirá las puertas a la libertad de pensamiento. Catalunya tiene razón para desconfiar de esos gobiernos lerdos y de sus adláteres de la España ancestral. Pero Catalunya no quiere contemplar de cerca que nos estamos disolviendo en un cainismo que viene de lejos y que fue auspiciado por Pujol sénior.
El poder político catalán siempre ha menospreciado a sus intelectuales. Les ha tratado como a niños seducibles con golosinas de vanidad, cuando no como aprendices de traidores. ¿O es que hay que recordar el naufragio del Pacte Cultural de 1985 dinamitado por una visión patrimonialista de lo que debía ser el pensamiento? ¿Cuántos intelectuales catalanes son hoy considerados poco menos que apátridas? Llueven manifiestos desde las Españas y aquí aún no hemos sabido dónde y en qué momento dejamos guardado el paraguas.
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