Pasiones y emociones
La insoportable levedad de la política
La genuflexión de la política al márketing se consumó en el momento en que los partidos, los políticos y las ideologías se lanzaron a la búsqueda de un relato
Hubo un tiempo en que los relatos eran literatura. Solo literatura. En ellos se tejía un mundo particular con las palabras y los personajes eran seres de ficción. Brotaban de la imaginación, de una cosquilla molesta en el estómago, como describía Julio Cortázar. Perseguían una emoción, que el lector se sintiera diferente cuando lo acabara, como apunta Alice Munro.
Sí, cuando el relato era solo literatura, la política estaba llena de personas honestas y de ladrones, como ahora. Se luchaba por la verdad y se mentía descaradamente, como ahora. Se sustentaba en la pasión de las ideas o en la manipulación, como ahora. Para ello se profundizaba en las técnicas de la propaganda. Unas técnicas propias que buscaban la simbiosis entre política y persuasión. Hasta que todo cambió. Y la sociedad de consumo invadió definitivamente los parlamentos y los partidos.
Ahora, una legión de spin doctors inyecta el discurso político de unos procesos que siempre estuvieron al servicio de marcas, productos y consumidores, no de gobiernos, ideas y ciudadanos. La genuflexión de la política al márketing se consumó en el momento en que los partidos, los políticos y las ideologías se lanzaron a la búsqueda de un relato. Mejor dicho, a la construcción de un relato. El más conveniente según el momento. El que partiera de las cosquillas en el estómago y provocara que el votante se sintiera diferente al sentirlo.
Los argumentos, las razones o los hechos se doblegaron a la emoción y a una peligrosa frivolidad. Al voto convencido ya no se le pide ideología, basta con la ilusión. Un terreno complicado, que obliga a subir la apuesta constantemente, a subyugar con un truco mejor. Pero cuando la magia se infiltra en la política, se despegan los pies del suelo y se ahonda en las pasiones. Con el riesgo de que las ilusiones se oscurezcan y se transformen en fervores, en delirios. Ante tanta ligereza, las redes sociales se convierten en el aliado perfecto, el brazo ejecutor del sectarismo. Al final, el fanatismo, la ceguera total.
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