Tras el último caos circulatorio
La (in)seguridad que compartimos en las carreteras
Las grandes nevadas últimas han dejado muestras de falta de prevención y una gestión deficiente
Sonia Andolz
Profesora asociada de la Universitat de Barcelona.
SONIA ANDOLZ
Una de las muchas razones antropológicas por las cuales vivimos en comunidades, ciudades, países, es para garantizarnos una mayor seguridad. En los estados modernos, esa seguridad va desde la protección de las fronteras y de la criminalidad básica a la asimilación de un concepto amplio de seguridad que incluye hoy en día la alimentaria, política, ambiental o económica, entre otras. Los estados cubren más ámbitos de la seguridad pública cuanto más intervencionistas son y, al revés, los estados liberales dejan más parcelas en manos del individuo.
Desde esta explicación, y conocedores del tipo de estado que tenemos en cuanto a responsabilidades colectivas, todos depositamos de forma fáctica la protección y seguridad de los espacios colectivos en manos de instituciones y organismos: policía, protección civil, bomberos, médicos, profesores, incluso aquellos economistas que toman medidas para reducir la prima de riesgo o impulsar la contratación. Confiamos en que, al subir a un tren, un organismo público responde por nuestra seguridad; que al caminar por una calle de algún municipio español, algún cuerpo de policía patrulla para minimizar los riesgos; y que existen normativas que impiden que si compramos alimentos, estos tengan algún virus o estén en descomposición.
Garantías de protección
Esta confianza es lo que nos permite seguir en nuestras rutinas diarias con el convencimiento de que todo funciona y de que hay alguien que se preocupa por ello. Es la seguridad colectiva, la que compartimos en tanto que ciudadanos de un mismo país y por la cual todos tenemos garantizado un mínimo nivel de seguridad individual. La seguridad vial es únicamente un ámbito más de los que incluye la seguridad pública. Cuando esta falla, las instituciones y políticos responsables deben analizar el por qué, detectar errores e incluir nuevas medidas de corrección de esos errores pues, si bien una imprudencia individual puede provocar consecuencias colectivas, un fallo de quien toma las decisiones puede provocar un caos.
De ahí que, ante las nevadas de gran calibre registradas la semana pasada, los fallos de previsión pero, sobre todo, de gestión, abran la puerta a preguntas y a la desconfianza.
Existen mecanismos de aviso, detección y reacción para imprevistos de distinta índole. Los fenómenos atmosféricos son en gran parte previsibles, pero no en su totalidad. En cambio, lo que se hace al respecto sí depende de una decisión humana que puede tomar perspectiva y ser cauta.
En el caso que nos ocupa, con el parte meteorológico en mano, no se actuó preventivamente ordenando echar sal en las carreteras que podían quedar afectadas para evitar el hielo, dando recomendaciones de llevar cadenas o buscar rutas alternativas, colocando máquinas quitanieves cada ciertos kilómetros o tomando otras medidas de previsión. Una vez la crisis estalló, falló su gestión. Los ciudadanos atrapados no recibieron información ni atención y algunos pasaron la noche entera encerrados en sus coches. Un fallo importantísimo de seguridad pública, vial, que no debería quedar impune.
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