Opinión | Editorial

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La inseguridad, ¿mal crónico de Barcelona?

La opinión del diario se expresa solo en los editoriales. Los artículos exponen posturas personales.

Los datos que publica hoy EL PERIÓDICO son abrumadores: según las estadísticas oficiales, el año pasado hubo en Barcelona un promedio de 310 hurtos diarios, es decir, tantos como 113.439, una cifra desorbitada pero aun así mejor que la del 2009, cuando la media fue de 322 hurtos al día. Suficientemente grave, en todo caso, como para que Barcelona no logre desprenderse del estigma de capital del pequeño delito, circunstancia que, al margen de dañar su bien ganada imagen internacional, atenta directamente contra el derecho de los barceloneses a la seguridad y deteriora la confianza de los ciudadanos en las instituciones.

La muy leve mejora del 2010 parece obedecer a una mayor capacidad de vigilancia y represión del delito por parte de la Guardia Urbana y los Mossos. De hecho, las detenciones han aumentado un 6,6%. Pero al mismo tiempo han crecido un 14% -hasta 32 al día- los robos con fuerza en pisos y locales comerciales, y un 1%

-son 37 al día- los tirones y otras formas de robo con intimidación. Son dos tipos de delito que causan mucha alarma social aunque no impliquen daños físicos. Y pese a que no es difícil relacionar el alza de estas actividades ilegales con la profundidad de la crisis y su secuela de marginación social, eso constituye en todo caso una explicación, pero no una justificación.

El nuevo Código Penal ha dado a la justicia más herramientas para luchar contra la pequeña delincuencia, pero los resultados aún son modestos. No obstante, no son pocos los juristas que consideran que la laxitud con quienes infringen la ley no se debe tanto a la falta de normas más efectivas como a la poca diligencia de muchos jueces en usar a fondo y certeramente las leyes ya existentes. Por ejemplo, considerando como bandas organizadas a delincuentes relacionados entre sí, en lugar de hacerlo de forma individual.

Una gran capital, abierta y con mucho tránsito de población, tendrá siempre un índice de pequeños delitos superior al de una apacible población de provincias. Sería seráfico e ilusorio aspirar a que en Barcelona -pese a todo, una ciudad sin gran violencia y con pocos delitos de sangre- no hubiera infracciones de la ley. Pero sería cínico considerar como un inevitable mal crónico este pequeño delito que se enquista.