El inquietante cuadro que se avecina en el Camp Nou
El desastre del Barça en París saca a la luz todos los problemas de un equipo con síntomas de estar muy gastado
Eloy Carrasco
Periodista
ELOY CARRASCO
Faltaban unos minutos para que empezara el partido en el Parque de los Príncipes y por la megafonía empezó a sonar a todo meter 'Smells like teen spirit', el gran himno de Nirvana. Era un aviso, por si hacía falta, de que no iba a ser una noche de baladas, de que dentro del estadio se estaba gestando una revuelta y que una cabeza podía acabar rodando.
Es posible que la debacle final ocurriera simplemente por lo que dijo Iniesta: «Nos han superado jugando a fútbol». Así fue, de cabo a rabo, aunque hubo más cosas. A los jugadores les disgusta hablar de 'actitud' porque eso conlleva poner en entredicho su esfuerzo y su compromiso. Pero el ritmo es algo muy importante como para pasarlo por alto tras una noche así. Además, hay datos que sirven. Según la estadística de la Champions, los futbolistas del PSG corrieron ocho kilómetros más que los del Barça, lo cual significa que casi contaron con un hombre más, o se acercaron bastante: la media de lo que recorre un jugador en un partido ronda los 10 kilómetros. Pero correr por correr no es la panacea, así que a esa carencia habría que añadir una disposición, táctica y anímica, que en vez de ensalzar las virtudes lo que hizo fue sublimar los defectos.
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LUIS ENRIQUE SE PICA
A Messi lo vimos quedarse parado cuando Rabiot le rebañó el balón que acabó siendo el 2-0. Messi hizo un muy mal partido, como casi todos, pero a estas alturas reclamarle que se encrespe y vuele a recuperar lo perdido es ingenuo y hasta injusto. Si alguien tiene derecho a guardar fuerzas es él. Lo verdaderamente malo es que un equipo llegue tarde a todos los lances y no pille ni un rebote (dicho sea en los dos sentidos). Algo falla en la colocación y, de nuevo, en el ritmo. El PSG salió a jugar como Nirvana, enérgico, con nervio, y el Barça se pareció a Elton John, sentado en su piano, fondón.
Luis Enrique no acertó a facilitar la vida de sus futbolistas y, como si ya estuviera insinuando que le queda poco en el convento, remató su mala noche con la crispación ante Jordi GrauJordi Grau. Nunca ha entendido que al entrenador del Barça hay que pasarle cuentas y preguntarle cosas no muy cómodas cuando le acaban de meter un 4-0. Otro aspecto que contribuye a pintar el inquietante cuadro que se avecina (el futuro del técnico, la renovación de un Messi que ve cómo se le va otro Balón de Oro, la inacción de la directiva) es la mirada al banquillo, donde los refuerzos no sirven para alborotar un partido que cae en picado ni, por supuesto, para garantizar un relevo en condiciones. Habrá que volver a gastar, porque de la cantera ya hablaremos otro día.
LA CABEZA DEL REY
Muchas de esas cosas se juntaron en París. El PSG deslumbró con su juego dinámico, desplegado por varios chicos muy jóvenes, como Marquinhos (22 años), Kimpembe (21), Rabiot (21), Verratti (24) o Draxler (23). Frente a ellos, el Barça pareció un juguete gastado que más pronto que tarde nos obligará a conjugar los verbos en pasado. Los chicos de Emery salieron con el 'Teen spirit' de Nirvana en las venas, el «ataque a la apatía» que se atribuye a la canción, y lograron su objetivo: cobrarse la cabeza del rey.
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