Opinión | Editorial

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La inmersión, todavía

La opinión del diario se expresa solo en los editoriales. Los artículos exponen posturas personales.

Transcurridas 72 horas de la divulgación de la polémica resolución del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya sobre la política lingüística en la enseñanza, las precisiones sobre el alcance del auto judicial y las reacciones al mismo conducen necesariamente a ratificar la impresión inicial: se equivocan gravemente quienes quieren finiquitar el modelo de inmersión vigente en las escuelas catalanas desde hace casi tres décadas. Se equivocan porque convierten un deseo personal muy minoritario en una demanda de tipo político en relación con una materia, la lengua, altamente sensible y que simboliza como quizá ninguna otra que Catalunya es una nación.

Es difícil de entender desde el sentido común que Ciutadans y, sobre todo, el PP hayan mostrado una hostilidad tan tenaz contra un modelo alumbrado por consenso en el Parlament y que ha demostrado una gran eficacia en orden al objetivo propuesto: que los jóvenes catalanes manejen correctamente los dos idiomas oficiales en Catalunya, el catalán y el castellano, al terminar sus estudios. Para que eso fuera así, ¿había -y hay todavía- que primar como lengua vehicular de la enseñanza el catalán, el idiomapequeñode los dos? Obviamente, sí. ¿Ha debilitado eso al castellano? En absoluto, porque es una lengua tan potente y tan presente en la vida cotidiana que solo desde el cinismo se puede asegurar que corre peligro en Catalunya. ¿Es lógico que padres que están aquí de paso o en circunstancias parecidas quieran que sus hijos sean educados básicamente en castellano? Sí, y la Generalitat debe atenderlo. Pero es una excepción que no puede convertirse en norma ni socava la validez global de la inmersión.

Toda norma es perfectible, pero roza la irresponsabilidad la obcecación en reclamar que el castellano y el catalán tengan paridad como lengua vehicular en la escuela. Eso implicaría de facto un debilitamiento del catalán en la vida cotidiana y reduciría el activo cultural y las oportunidades de futuro de los estudiantes castellanohablantes. Y mucho peor sería instaurar dos líneas pedagógicas separadas, como en Euskadi. ¿Será posible que haya cordura sobre un tema que no admite frivolidades? La proximidad del 20-N no ayuda, pero no por eso hay que dejar de exigir madurez.