Dos miradas

Inmensidad

Nos fascina la debilidad, porque sucumbimos ante la endeblez de los demás siempre que refuerce, aunque sea poco, nuestra escasa seguridad

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Como decía ayer Ramón de España, ahora nos dedicaremos durante unos días a la cosa del pánico escénico, al miedo del artista a la actuación en y con público. Vamos, pues. ¿Por qué? Porque nos fascina la debilidad, porque sucumbimos ante la endeblez de los demás siempre que refuerce, aunque sea poco, nuestra escasa seguridad. Si este que se atreve a enfrentarse a miles de personas también claudica, también suda, también se asusta, nosotros resulta que tenemos derecho a desfallecer de vez en cuando, a angustiarnos, a pensar que estamos solos y que nadie nos salvará en el momento en que las piernas nos tiemblan y la cabeza rueda como una noria.

De las confesiones de los artistas me quedo con las de David Carabén y las de Loquillo. El cantante de Mishima habla del terror al «ver el abismo» y José María Sanz lo explica todo no por la «ansiedad anticipatoria» que dicen los psiquiatras, la visión de lo que aún no ha sucedido pero sabes que sucederá, sino por la soledad enorme de quien sabe que solo él puede hacer frente al instante decisivo. La ventaja de quien trabaja contando con esta soledad como instrumento necesario, imprescindible, de quien también sabe que  existe el abismo y a veces no recuerda «las razones que le llevan a hacer lo que hace», es que no tiene que dar explicaciones. Se levanta de la silla, toma aire, fuma o sale a correr, se hunde, cocina o pasea, piensa que nada vale nada y vuelve. Pero también sufre el vértigo ante la inmensidad.