La nueva etapa de Catalunya

Inicio de legislatura frentista

Con la estrategia de Mas no se construyen grandes consensos ni se ganan batallas en Madrid o Bruselas

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JOAN TAPIA

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UnArtur Masrepetitivo que esquematiza Catalunya, no admite errores y apuesta en plena crisis por la ruptura institucional. UnOriol Junquerasmejor predicador que parlamentario que dejó claro que no puede ser líder de la oposición quien codicta la hoja de ruta del Ejecutivo. UnPere Navarrovoluntarioso, que sobrevive y acierta en las críticas aMaspero al que le sobra rigidez (no convicción) y que tiene el hándicap de que su remedio -la reforma de la Constitución- es hoy imposible. UnaAlicia Sánchez-Camacho que se ha convertido en sólida parlamentaria, ataca bien los fallos de CiU y utiliza las sospechas de corrupción pero tiene déficit de credibilidad por la actitud del PP contra el Estatut y las meteduras de pata del inefableWert. UnJoan Herreraágil y simpático, que denuncia bien y que sabe que el pase de ERC al oficialismo le deja mucho campo pero que parece creer que el gasto social lo paga un hada buena. UnAlbert Riverafresco, que ha triplicado sus diputados, pero más pendiente de zaherir al nacionalismo (y desmarcarse del PSC) que de concretar propuestas. Una CUP solamente CUP. Son siete pinceladas del debate de investidura.

Lo grave es que ningún líder pareció afrontar toda la realidad. ¿Porque prima la ideología o el interés de partido? ¿Por pereza o comodidad intelectual? Lo cierto es que el ciudadano puede sentirse atribulado. Hemos vuelto, solo dos años después, a otra investidura. Y mientras, en Catalunya han cerrado muchas empresas, hay 250.000 puestos de trabajo menos y el número de parados (840.000) equivale a la cuarta parte de los votantes del 25-N. Y desde la tribuna se predica que el remedio es una hipotética consulta (sin pregunta conocida), o la buena relación con un Gobierno español que ha incumplido todo lo prometido, o aumentar el gasto social cuando no hay dinero para pagar nóminas y farmacias.

La culpa está muy repartida. No toda es del Govern, pero la incoherencia pasa factura.Mastiene razón en que el único Estado del bienestar posible es el que se puede sostener y que es suicida gastar el dinero que no se tiene y que, encima, nadie te presta. Pero no se pueden recortar programas sociales esenciales mientras se eliminan impuestos -como el de las herencias, que ya rebajó el tripartito- a los más acomodados. Y da poca credibilidad cambiar de idea al emigrar del socio popular al republicano.

Artur Masasume que mantener el Estado del bienestar en épocas difíciles -como los países nórdicos- exige unidad, responsabilidad y mucho consenso. ¿Ayuda hacerlo depender todo de una consulta alentada por dos partidos que han perdido diputados (uno si sumamos CiU y ERC, pero cinco si contamos a Solidaritat)? Y no se debe contabilizar el avance de ICV (o la entrada de la CUP) porque -se vio ayer- son otra cosa. ¿Se debe iniciar la «operación política más importante de los últimos 300 años» con una mayoría absoluta pelada o (si se cuenta ICV y la CUP) otra que no llega a los dos tercios que el legislador catalán -no España- ha creído justo exigir para cualquier reforma estatutaria? ¿Y se puede hacer un dibujo épico de las «estructuras de Estado» a montar en dos años cuando durante tres decenios se ha sido incapaz de algo tan normal como la ley electoral? La grandilocuencia está bien para un filme patriótico, pero suena hueca cuando, tras adelantar elecciones, se ha perdido apoyo y Catalu-

nya y España entran en el sexto año de la peor crisis desde 1929.

Y es preocupante que elpresidentfrivolice sobre Europa. Cuando cada día vemos el peso de Alemania y Francia, es absurdo proclamar que sobran «los viejos estados nacionales del siglo XIX».Mastiene razón cuando exige que los grandes partidos españoles deben flexibilizar su actitud ante la Constitución. Pero nadie que necesite créditos puede decir que la reforma del verano del 2011 se hizo porque lo ordenóAngela Merkely que, en cambio, se desprecian las peticiones de Catalunya. Entonces no estaba en juego un artículo de la Constitución, sino el riesgo de que España (y sus empresas) no lograran financiación en los mercados, que el Estado (y la Generalitat) no pagasen nóminas y facturas. Y tampoco es sensato plantear en plena crisis una consulta contra un Gobierno de España que tiene mayoría absoluta y que acaba de obtener el voto de 471.000 catalanes (25.000 menos que ERC, a la que sobrepasó de largo en las legislativas del 2011).

Gobernar en clave reduccionista es malo. Todavía más si toca superar una brutal caída de empleo y puede haber un choque de identidades. Y es desconsiderado

-quizá ingenuo- pactar un programa rupturista cerrado entre dos fuerzas nacionalistas -con comisiones de seguimiento- y pretender que luego se adhieran ICV y PSC. Y que PPC y Ciutadans sonrían. Así ni se construyen grandes consensos ni se ganan batallas en Madrid o Bruselas. Periodista.