Análisis

Infancia apantallada y calles sin niños

Calles y plazas se han monumentalizado y burocratizado como espacios a consumir

Xavier Martínez Celorrio

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En los años 70 y 80, una parte importante de la socialización de los niños se producía en espacios abiertos. Las plazas, calles y descampados de muchos barrios de Barcelona eran el espacio natural de juego, deporte y diversión de las generaciones del baby boom. Las hogueras de Sant Joan eran el punto culminante de una forma de vivir y crecer en la calle que ya no existe. Calles y plazas se llenaban de partidos de fútbol y de juegos como el escondite, las canicas, saltar la comba o las chapas. Hoy ese paisaje de vida y alegre autogestión ha desaparecido. Por la ley del cambio social.

Los descampados se han urbanizado, las plazas se han ajardinado y las calles se han reglamentado con estrictas normativas de convivencia. El espacio público se ha monumentalizado y burocratizado como espacio a consumir cuando no a privatizar. Brillantes urbanistas y decisores políticos han colocado cuatro asientos públicos en plazas llenas de terrazas de bares y restaurantes. Si quieres sentarte, paga y consume. La ciudad se ha diseñado sin perspectiva de género, ni perspectiva de infancia ni perspectiva de ancianos. No se ha pensado para la convivencialidad, la buena vecindad y las relaciones intergeneracionales que proponía Ivan Illich.

Más bien se nos ha impuesto un urbanismo fashion con diseños y un mobiliario urbano que reciben premios internacionales para el ego narcisista de unos creadores que no han pensado en las personas ni en el uso comunitario y convivencial. En las barriadas de la periferia de la ciudad casi ningún espacio público se ha diseñado desde la participación vecinal. La polémica de las plazas duras a mitad de los años 80, en plena eclosión posmoderna, ya anunciaba lo que acabaría por llegar. La plaza de La Palmera en la Verneda es paradigmática. Ha sido galardonada con premios de prestigio mientras que los vecinos apenas la han usado ni la han sentido como propia. Con los años se instaló un parque infantil que llena con algo de vida el 25% de superficie de la plaza. El resto es un vacío posmoderno que nadie entiende y nadie pidió.

El déficit de convivencialidad impuesto por diseños urbanos de arriba abajo se pretende compensar con normativas de convivencia. Otra vuelta de tuerca que nos hace caer en el reglamentismo paranoico. Hoy en Barcelona y otras ciudades está prohibido jugar a pelota en la calle o practicar el skate, con duras sanciones disciplinarias hacia los menores. La polémica en torno al parque Güell es otro ejemplo de la nueva microfísica del poder que tanto criticó Michel Foucault: no formen grupos, no hagan explicaciones didácticas y no hagan picnic por su cuenta. Un día de visita especial para las escuelas y los jubilados es lo que hace falta. Menos control y más impacto educativo.

La sociedad adulta es muy hipócrita y se autoengaña constantemente. Criticamos que los menores estén apantallados con móviles y tabletas desde bien pequeños mientras nos negamos a construir la ciudad de los niños que proponía Franco Tonucci. Los deportes y juegos se hacen en espacios cerrados de socialización como si fueran pequeñas reservas de indios. No queremos perder un modelo de ciudad que prioriza el automóvil aunque tenga costes contaminantes e insostenibles. Tenemos demasiado miedo al cambio. Calles sin juegos infantiles y niños apantallados. Eso sí, la culpa la tienen las pantallas...