El futuro del proceso soberanista

Independencia 'vintcentista'

Un nuevo Estado precisa un proyecto fundacional que concierte voluntades y justifique la opción

RAMON FOLCH

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Las criaturas que nacerán el próximo 27 de septiembre llegarán a ver, probablemente, el siglo XXII. Valdrá la pena tenerlo presente al votar, sobre todo si las elecciones tienen carácter plebiscitario (todo lo hace prever, se quiera admitir o no). En efecto, serán elecciones en clave de futuro, es decir para el siglo XXI pensando en el XXII. Por eso la opción independentista deberá basarse, en mi opinión, en un proyecto 'vintcentista'.

Catalunya es una robusta sociedad civil sin apenas estado y España es un estado con una sociedad civil endeble. Ahí le duele. El 80% del PIB catalán proviene de las pequeñas y medianas empresas, surgidas de la iniciativa civil; por el contrario, el grueso del PIB español depende de las grandes corporaciones, que perpetúan, de hecho, oligopolios herederos de antiguos privilegios emanados de la corte. España es una económicamente industrializada sociedad preindustrial dominada por las castas aristocráticas, militares o administrativas, donde los obispos reaccionarios actúan como si fueran autoridades civiles. Por eso es tan importante el palco del Bernabéu y por eso algunos empresarios grandes (que no suelen ser grandes empresarios) pueden decir «cuando veo los presupuestos del Estado sé lo que voy a ganar este año».

En la práctica, España no es el estado de Catalunya, sino el estado que posee Catalunya. Lo reconoce implícitamente Ramón Tamames al decir «pues más no se podrá dar a los catalanes», o Rajoy cuando, rumboso, afirma en la Cumbre Euromediterránea que «el Gobierno de España vuelve a situar a Catalunya en el epicentro de la política europea», o cuando Ortega y Gasset sostenía que «el problema catalán hay que conllevarlo». Es decir, ellos son el estado y Catalunya la pertenencia sobre la que deciden. La sociedad civil catalana no se siente encabezada por este estado, ni puede aspirar a condicionar sus decisiones, basta comparar el espectro parlamentario catalán y español: las opciones mayoritarias aquí son tradicionalmente minoritarias allí. Catalunya aspira a ser un nuevo estado de Europa para poder tener estado de una vez por todas. Las cuestiones identitarias, aunque previas, vienen después.

¿Cuál es el proyecto fundacional de este anhelado nuevo estado? Este es el gran interrogante, aún. El conseller Puig ha dicho que quiere llegar a un pacto energético nacional con generadores, operadores y usuarios que permita la autosuficiencia en el 2050. Es una opción que podría formar parte del código genético del nuevo estado. Sin tener estado propio, no puede ni plantearse, y sin plantearla no se puede gobernar el futuro de Catalunya, pues el 90% de la energía demandada es actualmente de importación. Se necesitan decenas de opciones de este tipo, vertebradas en un nuevo orden constitucional que tenga carácter fundacional. Solo entonces el plebiscito tendrá plena robustez.

Proyecto nacional

Aquí entra el vintcentisme. El único proyecto nacional que ha tenido la Catalunya moderna ha sido el noucentisme Los novecentistas definieron un orden cultural y moral que se convirtió en el imaginario catalán del siglo XX, es decir de los años novecientos (y de ahí la denominación de novecentismo). Ahora precisamos un modelo para los años que comienzan con el número 20 (y por eso hablo de vintcentisme). Debe ser el modelo para el nuevo estado, el imaginario colectivo para la independencia. Un modelo moral, desde luego (como el prefigurado en 1776 en la declaración de independencia de EEUU, que conviene releer), et pour cause un modelo social, productivo y territorial. La derecha y la izquierda diferirán en la forma de construirlo, pero no en la manera de definirlo, porque deberá ser fundacional. Como ya lo es la democracia: todos los grupos del espectro parlamentario la abrazan, aunque difieran en la forma de ejercerla.

Este orden vintcentista (o como acabe llamándose) daría sentido a la creación del nuevo estado. Hacerlo como réplica del Estado español actual no tendría gracia, todo quedaría reducido a legalizar himnos, banderas, lenguas y santorales (que ya están bastante o totalmente legitimados). El nuevo estado se explica porque ahora no existe y se justifica porque conlleva un nuevo orden de otro modo imposible. Me parece urgente, pues, desplazar la atención del proceso hacia al sentido. Estaría bien dar unas cuantas pistas clarificadoras antes del 27 de septiembre. Si no: ¿qué vamos a votar, exactamente? El solo hecho de mostrar preferencia por la creación de un nuevo estado ya será mucho, obviamente, pero enseguida necesitaremos saber si nos concertamos tras un proyecto de progreso para transitar hacia el siglo XXII o si nos conformamos con una pobre reiteración de lo que ya no motivaba ni a nuestros abuelos novecentistas. Yo no me conformaría, ¿y usted?

Socioecólogo, Presidente de ERF.