Los jueves, economía

Independencia: mitos y verdades

El 25-N nos enseña la Catalunya real, en la que la mayoría quiere una relación diferente con España

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JOSEP OLIVER ALONSO

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Pasó el 25-N. Y llegó el día siguiente con sorpresas para la mayoría de analistas, un tanto insólitas todo hay que decirlo. Y, desde el lunes, estamos sumergidos en una marea de justificaciones, intentando entender qué ha pasado, propuestas de gobierno y demás. En esta barahúnda, y para clarificar, me permitirán sintetizar lo que me parece más sustancial.

Primero. Mito independentista. Es decir, que el 11-S expresaba un cambio radical del país. Pero las elecciones han fijado la situación de forma más precisa que nunca. Y la histórica participación indica, sin ambages, qué piensan los catalanes y hacia dónde quieren ir. Y es esta complejidad de la Catalunya que ha hablado, tan diversa, con ámbitos territoriales tan diferentes, la que, desaparecida tras la manifestación, ha regresado.

¿Qué había pasado? Tres son los factores que explican esa pérdida de capacidad de análisis de importantes segmentos intelectuales y políticos del país. En primer lugar, la juventud de una parte no menor de analistas, periodistas y comentaristas sin memoria histórica de cómo se ha formado la Catalunya de los últimos 50 años, y, en especial, sin entender lo que ello implica. En segundo término, la acentuación del efecto túnel en el análisis del país, resultado de las nuevas tecnologías de comunicación interpersonal. El constante bombardeo de opiniones similares dificulta mantener la cabeza fría y ampliar el campo de visión, como cualquier usuario de Twitter les podrá confirmar. Finalmente, una lacerante tendencia hacia la simplificación, influida por economistas que postulan que las instituciones pueden imponerse y que, en consecuencia, la historia es poco relevante, en línea con las tesis deDaron AcemogluyJames Robinsonen su recienteWhy nations fail.En el debate económico sobre la independencia hemos tenido numerosos ejemplos de ese nuevo idealismo filosófico-económico, o de su expresión más grosera en forma de puro infantilismo, en relación a la construcción de espacios complejos de convivencia social. Un gran paralelismo con las tesis del presidenteBush hijo, sobre elnation makingen Irak y Afganistán.

Segundo. El mito unionista. Simplificadamente: fracaso delpresidentMasy de la opción nacionalista. Desde Madrid pueden tranquilizarse todo lo que quieran. La prensa internacional, en cambio, ha destacado la mayoría del voto nacionalista que supera los 1,8 millones, una cifra jamás alcanzada, y que debe ponerse en relación a los 750.000 votos unionistas, suma del PP y Ciutadans, más los que ustedes quieran añadir del voto del PSC (casi 450.000). Los resultados, en suma, tienen un doble valor: confirman el deslizamiento de Catalunya hacia una redefinición de las relaciones económicas y políticas con España, y lo hacen con una participación que fue récord histórico.

Tercero. La verdad de la crisis. Anteayer, el portavoz del Govern avanzó que el ajuste para el 2013 será el mayor de la historia, con un recorte de 4.000 millones. El nuevo Govern va a tener que lidiar con esta segunda recesión que, entre junio del 2011 y septiembre del 2012, ha destruido en Catalunya unos 170.000 empleos. No podemos continuar debatiendo sobre la independencia de forma ahistórica, como si la crisis no existiera y nuestro futuro económico no estuviera en cuestión. Lo está. Y depende de lo que seamos capaces de hacer, hoy y aquí.

Cuarto. La verdad del conflicto Catalunya-España. Existía antes del 25-N y nada de fondo ha cambiado con su resultado. Catalunya precisa una radical redefinición de sus relaciones económicas y políticas con el Estado. El concierto económico, o el pacto fiscal, continúa encima de la mesa, de la que no debiera nunca haberse apartado. Y el memorial de agravios que puede enumerar no ha desaparecido. Continúan el maltrato fiscal y la necesidad de gestionar las grandes infraestructuras, al tiempo que se eterniza el reiterado desprecio y la falta de compromiso en otras inversiones en ferrocarriles y carreteras. Tampoco se ha reducido la imperiosa urgencia de unas relaciones bilaterales con España que permitan dotarnos de los ámbitos de decisión que planteaba el Estatut, desde justicia a lengua, pasando por límites a la solidaridad. Esta redefinición implica, para España, aceptar la existencia de una soberanía catalana, que tiene que acabar expresándose en el derecho de los catalanes a decidir su futuro.

El día siguiente no ha despejado las principales incógnitas. Y continúan sin definir, en el corto plazo, la salida de la crisis y, en el medio y largo, la redefinición de las relaciones Catalunya-España, hacia la confederación, el federalismo asimétrico o la independencia. Pero somos como somos y con estos mimbres hay que avanzar. No será fácil. Para nadie. Catedrático de Economía Aplicada (UAB).