La independencia no cura todos los males

SISCU BAIGES

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En las películas que llamábamos de “indios” o del “Oeste” aparecían a menudo unos personajes que se paseaban por los poblados vendiendo unos brebajes curalotodo. Sus frascos devolvían el cabello a los calvos y tenían todo tipo de propiedades terapéuticas. Vendían los frascos, recogían los billetes de los incautos ciudadanos y desaparecían del pueblo antes de que se descubriese el timo.

Me ha venido a la cabeza esta imagen al escuchar los mensajes de algunos políticos, activistas, e incluso videos, que circulan por Catalunya desde hace unos meses y que promueven una poción de efectos similares a la de aquellos impostores de ficción: la independencia.

La independencia no será, si llega, la solución de todos los males que Catalunya y los catalanes sufrimos hoy. Como tampoco nos llevaría a todas y a todos al desastre que vaticinan los más catastrofistas.

Si Catalunya fuese independiente no cambiarían muchas cosas. Desaparecerían las banderas españolas que hay en algunos edificios oficiales, habría selecciones deportivas catalanas en competiciones a las que ahora tiene vetado su acceso y algunos representantes propios (no muchos) en algunos organismos internacionales.

Los cambios que necesita la sociedad catalana son los mismos que precisa la española, la veneciana, la italiana, la griega, la alemana o la estadounidense: una economía global sometida al control de los gestores públicos. Mientras las finanzas mundiales continúen desreguladas y se insista en la insensatez de combatir con austeridad pública la crisis causada por los mercados descontrolados, nuestras sociedades (todas) están condenadas al empobrecimiento, la confrontación y el fracaso.

La gran frustración de muchos independentistas puede que no sea que cuando se consulta al pueblo de Catalu¡nya su opción sea mantenerse vinculado con España. Su frustración puede que sea que si esta separación llega a producirse, todo continúe igual que antes.

Cuando cayó la dictadura, vivimos entusiasmados bastantes años disfrutando de la recuperada democracia. Sin embargo, con el paso del tiempo, acabamos hablando de la “desilusión” con esa democracia. Lo tienen que tener presente muchos entusiastas de la independencia , no para disuadirlos de sus ideas –al fin y al cabo, preferimos una democracia frustrante que la dictadura franquista- sino para que toquen de pies en el suelo.

Y, también, para prevenirlos antes de que los profetas que venden la milagrosa poción independentista desaparezcan de escena y los descubramos, cuando ya sea demasiado tarde, partiéndose de risa, lejos de nuestro alcance.