INTANGIBLES
El impuesto de los pobres y el mal absoluto
La inflación española ya es mayor que la de la eurozona y la de Francia o Italia, lo que significa pérdida de competitividad con esos países
Jesús Rivasés
Periodista
JESÚS RIVASÉS
La inflación, después de dos años en negativo --lo nunca visto en España--, ha cerrado el 2016 con un incremento del 1,6%. Los detractores de la deflación están de enhorabuena y también quiénes abogaban por algo más de inflación, desde el Banco Central Europeo (BCE), que preside Mario Draghi, hasta los populistas de todo signo y condición. Solo en la Alemania de Angela Merkel, en donde el IPC ha subido un 1,7%, han puesto el grito en el cielo.
La inflación se suele definir como un aumento porcentual del nivel general de precios, medido por el Índice de Precios al Consumo (IPC). No es la única definición y entre muchas otras destaca la de Ludwig Von Misses, padre de la escuela austríaca: "Cuando un Gobierno incrementa la cantidad de papel moneda, el resultado es que el poder de compra de la unidad de moneda comienza a caer y los precios a subir". Formulada cuando eran los Gobiernos los que decidían directamente sobre el dinero, mantiene su validez con solo cambiar "Gobierno" por "BCE".
Rafael Termes Carreró (Sitges, 1918-Madrid, 2005), desaparecido presidente de la patronal bancaria, solía decir que "la inflación es un mal absoluto". Lenin explicaba que había que aprovechar la inflación para destruir la moneda y la economía de los países capitalistas. El ejemplo alemán de finales de los años 20 del siglo pasado es el paradigmático. Otra definición, menos técnica, pero más ajustada a la realidad afirma que "es el impuesto más inmoral de todos", porque no se percibe directamente, mientras que una última sostiene que "es el impuesto de los pobres". Efectivamente, la inflación reduce la capacidad de consumo, de compra, de quiénes no están en condiciones de incrementar sus ingresos en la misma proporción que suben los precios". No hace falta ser premio Nobel de Economía para entenderlo. Si el IPC crece el 1,6% y las pensiones el 0,25%, como ha ocurrido en el 2017, las conclusiones son obvias. Lo mismo puede decirse de los salarios. Los expertos defienden que algo de inflación -alrededor del 2%- es buena para la economía. Es posible, pero tampoco hay certeza absoluta, en un tiempo en el que como apunta Robert Skidelsky, biógrafo de Keynes, "seamos honestos. Nadie sabe qué está sucediendo en la economía mundial".
La historia económica española, desde hace siglos, es la historia de una inflación que, solo en los últimos años sido domeñada. Los expertos culpan al petróleo, pero la realidad es que la inflación española ya es mayor que la de la eurozona y la de Francia o Italia, lo que significa pérdida de competitividad con esos países, una pérdida de parte de lo ganado desde el 2013. Los datos -un alza del 1,6%- todavía no son preocupantes, pero sí una advertencia, porque además de ser el impuesto de los pobres y un mal absoluto, la inflación es la más impresionante y eficaz maquinaria de crear parados. A veces, a los gobiernos les interesa porque reduce sus deudas, pero perjudica a los ciudadanos. El impuesto más inmoral.
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