Imaginario colectivo

La Catalunya independiente del siglo XXI, y también España, necesitan un nuevo norte ideológico

Ambiente de la manifestación de la Diada del 2014.

Ambiente de la manifestación de la Diada del 2014. / EL PERIÓDICO / Elisenda Pons

RAMON FOLCH

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'Pelle erobreren' ('Pelle el conquistador', 1987) es un film del danés Bille August que relata las peripecias de un viudo y su hijo Pelle. A fines del siglo XIX, huyen de la miseria del campo sueco y recalan en la isla danesa de Bornholm, primera etapa de su ansiado viaje al sueño americano. Solo cien años atrás, Escandinavia distaba mucho del espacio de progreso que ahora es. En un siglo, daneses, finlandeses (entonces integrados en la Rusia zarista), noruegos (entonces dependientes de Suecia) y los propios suecos han pasado de la pobreza a los más altos niveles del Estado del bienestar. No por azar, sino porque se lo propusieron. Fueron capaces de dotarse de un nuevo imaginario y de proyectar el cambio de sus sociedades.    

También en el siglo XIX, China rebosaba de población rural miserable. Las potencias europeas establecieron en los principales puertos chinos legaciones, que eran cabezas de puente de una encubierta dominación colonial. Mientras tanto, grandes contingentes de chinos emigraban a los países de su entorno asiático. Y también a EEUU, atraídos por la demanda de mano de obra no cualificada. Eran gente trabajadora, pero demasiado sufrida e inculta, fácilmente extorsionable.

Sustituyeron a los esclavos negros, sin recibir un trato mucho mejor. Han quedado expresiones reveladoras: «trabajar como un negro» (como un esclavo) o «dejarse engañar como un chino» (como un ignorante sumiso). Un siglo y medio después, Huawei Technologies o Xiaomi Inc. brillan en el World Mobile Congress y amenazan con devorar el mercado de las telecomunicaciones.

A otro nivel, los países africanos que proveyeron de esclavos Asia y América se hacen hoy oír en las Naciones Unidas. También ha habido grandes cambios en sus imaginarios nacionales, de la mano de las revoluciones sunyatsenista o maoísta en China o de los ideólogos emancipacionistas en África.

ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

Las 13 colonias británicas en América del Norte se independizaron en 1776 y constituyeron los Estados Unidos de América. Poco después, entre 1811 y 1824, los virreinatos españoles en América se independizaron de la Corona y se convirtieron, fragmentados, en los estados actuales. La independencia estadounidense se basó en una revolución que adoptó un imaginario de progreso; la latinoamericana, en pulsiones lideradas por aristocracias criollas que se apoderaron del poder español sin apenas subvertir sus valores. El resultado salta a la vista: el imaginario de Benjamin FranklinThomas Jefferson o John Adams prefiguró la futura primera potencia mundial, mientras que los militares libertadores antiespañoles se sacudieron el dominio borbónico, pero mantuvieron a los nuevos países en un 'ancien régime' que les ha llevado donde están. 

La última hilacha del imperio español fue Cuba, que no se independizó hasta 1898. Vivía instalada en un imaginario amortizado, explotado por metropolitanos varios, entre ellos muchos catalanes. Había grandes emprendedores, como el destilador Facund Bacardí o el tabaquero Jaume Partagàs, o bien negreros execrables, pero la mayoría eran tenderos laboriosos de limitado horizonte. En efecto, en La Habana colonial del siglo XIX, el catalán de la esquina equivalía al 'paki' barcelonés actual, el pequeño super de barrio abierto a cualquier hora. 

DELIRIOS DE GRANDEZA COLONIAL

Estaban bien considerados por la ciudadanía y, a la par, mirados con cierto desprecio por una sociedad criolla impregnada de mesetarios delirios de grandeza colonial. En la novela 'For Whom the Bell Tolls' (1940), Hemingway se hacía eco de una canción popular cubana de la época: «En el fondo de un barranco canta un negro con afán; ¡ay, madre, quien fuera blanco aunque fuese catalán!».

Esta estrofa habría horrorizado a los novecentistas... Desde luego, porque querían dotar a Catalunya de un imaginario clásico, mediterráneo y moderno, alejado tanto de los apasionados excesos modernistas como de la zafiedad menestral que irritaba a la altiva clase acomodada cubana. La pregunta es: ¿qué imaginario queremos para la Catalunya del siglo XXI que desea encaminarse hacia la independencia? El exhausto imaginario español ya no sirve ni para España, si pretende ser un Estado moderno, pero el imaginario novecentista tampoco no es ya una opción de futuro para Catalunya.

La discusión política, imprescindible, necesita referirse a un imaginario colectivo que, como en los casos acabados de evocar, dé sentido a la independencia y la colme de enroladora esperanza. Ferran Mascarell habla de 'deucentisme' (como alternativa al 'noucentisme'); yo de 'vincentisme' (el imaginario de los años 20), que significa lo mismo. Me parece una opción insoslayable. Si no, como mucho tendríamos una prescindible republiqueta más. El imaginario colectivo marca el rumbo de las naciones