tú y yo somos tres
Iker le hizo la autopsia a Jesús
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
FERRAN MONEGAL
Aunque las Semana Santa en la tele ya no es lo que era, el impagable Iker Jiménez (Cuarto milenio, Cuatro) ha querido estar en sintonía con el dolor y el tremendismo de estas fechas. En compañía del virtuoso forense José Cabrera, le han hecho la autopsia a Jesucristo en el plató. ¡Ahh! Un cuerpo desnudo tendido encima de la mesa, hecho de masilla, representaba a Jesús en el estado que quedó tras bajarle, muerto, de la cruz. Las heridas que presentaba eran terribles. El doctor Cabrera, provisto de terroríficos utensilios de tortura, nos fue pormenorizando el tormento que sufrió. El látigo, con bolas de plomo en la punta de los cueros «Era capaz de romper costillas de un solo golpe. A Jesús le dieron casi cien»; el peso del travesaño de la cruz, arrástrandolo durante todo el calvario, «le desolló el hombro, y cada vez que se caía se le abrían las rodillas»; la corona de espinas no era una corona, «era un casco de espinos incrustado a golpes en su cabeza. No hay constancia de que se haya hecho con nadie algo parecido. Fue una tortura extra»; los clavos, de acero, «le peforaron los carpos de las muñecas y los tarsos de los pies»; y finalmente la lanzada del centurión Longino «le atravesó el corazón cuando Jesús ya estaba muerto». ¡Ahh! Ha sido una sesión forense pavorosa. Sería injusto no señalar que tanto Iker Jiménez, como el doctor José Cabrera han procedido con respeto hacia la figura de Jesús. Pero la teatralización de la autopsia ha conformado un clima aterrador. Iker fue pespunteando la velada con expresiones como: «¡Terrorífico! ... ¡Atroz!». ¡Ah! No hacía falta esta iteración en busca de mayor desgarro y sobrecogimiento. Con el cuerpo desnudo, lacerado y perforado, tendido sobre la mesa, y los instrumentos de tortura enarbolados, el espectáculo televisivo ya había alcanzado de sobra el punto bárbaro que seguramente pretendían.
CALLEJA .- Su nueva peripecia se llama Planeta Calleja (Cuatro). Se trata de persuadir a un famoso para embarcarle en arriesgadas aventuras. Los primeros invitados han sido José Coronado y su hijo Nicolás. Se los ha llevado a Mustang, el paraíso perdido del Himalaya. Había que ver cómo resoplaba Coronado. Cómo sufría. Estamos de acuerdo: para la audiencia es más morboso ver la angustia de un famoso que la de un ciudadano desconocido que regente en Pamplona, pongamos por caso, una tienda de ultramarinos.
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