La clave

Iglesias, un salvavidas para el PP

ENRIC HERNÀNDEZ

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En puertas de las generales del 2004 (el ocaso del aznarato), una mano inocente del Gobierno tuvo a bien filtrar a un diario conservador de Madrid que el republicano Josep Lluís Carod-Rovira, número dos de la Generalitat, se había reunido en secreto con ETA. La divulgación del informe de los servicios de inteligencia en plena precampaña abrió una brecha entre PSOE y PSC, desestabilizó el tripartito catalán y forzó el cese del presidente de ERC como conseller en cap del Govern. No sirvió la maniobra para impedir la victoria electoral del socialista José Luis Rodríguez Zapatero -eso sí, 11-M mediante-, pero sí para que Carod-Rovira se redimiera en las urnas obteniendo para Esquerra el récord de ocho diputados en el Congreso. ¿Efecto indeseado? No necesariamente: el alza de los independentistas frenó el ascenso del PSC y echó a Zapatero en brazos de ERC.

La derecha política y mediática no da puntada sin hilo, y una década más tarde repite la estratagema con Pablo Iglesias, santo súbito de la izquierda indignada tras la irrupción de Podemos el 25-M. Jamás un profesor suplente había sido sometido a semejante escrutinio, que por ahora ha servido para presentarlo como secuaz de la Venezuela chavista -la misma a la que España vende armamento- y como cómplice del entorno de ETA. Solo falta que alguien fabrique un borrador preliminar de informe policial (no contrastado, por supuesto) que sitúe a Iglesias en las inmediaciones de Atocha días antes de la masacre del 11-M. ¡Qué risas se iban a echar algunos!

Pero mejor no tomárselo a broma. La pretendida campaña de demonización no pretende envilecer al personaje, sino engrandecerlo. Quienes fingen ponerlo en la diana en realidad lo sitúan bajo el foco, le brindan la mejor propaganda.

El naufragio bipartidista

Podemos galvaniza la revuelta cívica contra un sistema político en decadencia, pero si se consolida en las urnas lo hará a costa del hundimiento de un PSOE descabezado y desnortado. Y al PP, sin rivales de entidad a su derecha, la atomización de la izquierda le asegura una larga (aunque precaria) hegemonía. Todo un salvavidas en caso de naufragio del bipartidismo.