El iceberg

Hay noticias contradictorias sobre el desprendimiento de uno de los más grandes icebergs de la historia, que en realidad no es el iceberg que todos tenemos en la cabeza sino una placa descomunal de hielo que pesa más de un billón de toneladas y que ahora vaga libre por el océano Antártico. Algunos dicen que esta mole blanca se deshará en porciones más pequeñas y los hay que dicen que flotará compacta durante varios decenios. Los hay que argumentan que es un esqueje natural, como ha ocurrido siempre con los icebergs, y hay quien advierte que la monstruosidad actual nos avisa de futuros colapsos y de la tan temida elevación del nivel del mar en todo el planeta.

Lo que más me interesa del fenómeno, sin embargo, es la necesidad de compararlo con magnitudes cercanas para que podamos hacernos una idea de su magnitud. Lo hemos asimilado a la Catalunya Nord y a no sé cuántos campos de fútbol, y también a la provincia de Girona, que es la magnitud cercana que tengo más a mano. Imagino el bloque de hielo y veo las playas de la Costa Brava y los humedales del Empordà, los bosques de la Garrotxa, la Fageda d’en Jordà y la llanura de la Cerdanya, las catedrales y las iglesias, campos labrados y pueblos perdidos, el lago de Banyoles y los oronjas de las Gavarres. Y entonces no sé si la imagen del iceberg se me vuelve amable y familiar o si, por el contrario –toda la provincia de Girona navegando gélida y a la deriva– todavía me asusta más.