El tiempo y el ciclo de la luz

Horario oficial y horario solar

Más importante que adoptar el huso de Londres es dejar la torpeza del adelanto y retraso estacional

XAVIER BRU DE SALA

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Ha costado un poco, pero hemos descubierto dos realidades con una sola información. La primera, que en vez de llevar la hora que nos corresponde por el meridiano vamos una hora adelantados: deberíamos ir como Gran Bretaña, pero estamos subordinados al huso horario de Berlín por capricho hitleriano del dictador Franco. La segunda, que nuestros horarios no se corresponden como debería con el sol. La consecuencia es que dormimos una hora menos, y esto provoca innumerables trastornos. Dependemos más del horario laboral, del horario escolar y del horario de los telediarios que del sol, y mientras todo esto no cambie seguiremos durmiendo una hora menos.

El palacio de Greenwich, en Londres, buen ejemplo de arquitectura palladiana, aloja un museo naval de primer orden y unos jardines que trepan hasta el observatorio real, donde encontramos la línea del meridiano cero. Algún turista despistado podría concluir que Londres es una ciudad muy bien situada, justo en la línea que parte el mundo en dos hemisferios. No es así, sino al revés. El famoso meridiano cero pasa por allí porque los ingleses así lo decidieron cuando gobernaban los océanos. Ellos descubrieron, con el cronómetro, el modo de situarse con total exactitud en mitad del océano. Tienen, pues, por méritos propios todo el derecho a hacer pasar el meridiano cero por su casa, y así lo reconoció todo el mundo en un congreso celebrado en Washington hace 130 años.

Ahora, con la imaginación, podemos remontar el meridiano cero desde Londres, o desde la autopista de Zaragoza, hasta el polo Norte. Si una vez allí empezamos a dar vueltas de manera que al cabo de 24 pasos volvemos al punto de partida, deberemos avanzar o retrasar una hora el reloj a cada paso, según si giramos hacia la izquierda o la derecha. Si bajamos hasta el ecuador, siempre con la imaginación, tardaremos un poco más en dar la vuelta al mundo, pero también nos tocará cambiar la hora cada 15 grados. Esto es así porque el Sol tarda, como sabemos, un día entero en dar la vuelta al planeta. Si todos lleváramos la misma hora, en unos países el sol saldría a las 12 de la noche y en otros a las 4 de la tarde. Por tanto, no hay más remedio que adecuar la hora y los horarios con el sol.

La pregunta es: ¿hay que ir con el sol con exactitud o de forma aproximada? Del oeste de Extremadura al este de Portugal hay un paso, el sol sale en el mismo momento, pero llevan una hora de diferencia y no consta que ni unos ni otros eleven muchas quejas. Lo mismo ocurre en los límites de cada zona horaria, de modo que la respuesta es que basta con aproximarse al sol. Una hora más o una hora menos tiene, pues,  una importancia muy relativa. ¿Y dos horas? ¡Alto, dos horas es demasiado! A mi modesto entender, este es el problema. En el paralelo donde estamos no habría que cambiar el horario; es contraproducente, a mucha gente le cuesta que el cuerpo se adapte y no me creo una sola cifra -¡ni una!- de los cálculos sobre el ahorro energético. Cuando en invierno hay ocho horas de luz y dormimos siete, tanto da que el sol salga a las ocho como a las nueve. Los únicos efectos consisten en molestar a la gente para que unos supuestos sabios sonrían con su timo y en acortar o alargar la tarde.

¿Y los de más al norte? ¿Qué sacan con el cambio de horario? Si tienen cinco o seis horas de luz, ya me dirán... Recuerdo -vayamos ahora hacia el sur- que en Túnez, para parecer más europeos y contentar a los turistas, también adoptaron el horario de verano hace una veintena de años. El caos fue tan monumental que se les pasaron las ganas. Ni los sabios aludidos propondrían que en el ecuador y entre los trópicos cambiase la hora en verano, porque el día y la noche son iguales o casi a lo largo del año. Ahora bien, ¿por qué cambiamos nosotros de horario? Porque lo hace todo el mundo y nos adaptamos aunque no nos beneficie.

Pero si pretendemos cambiar, hagámoslo bien y mantengámonos todo el año, de manera inmutable, con el sol. No solo es que llevamos la hora de Berlín en lugar de la de Londres, como correspondería, sino que llevamos la hora de casi toda Europa. Esto unifica, hace moderno y menos diferente, dicho sea con intención. Por tanto y en conclusión, si retrasamos los relojes una hora, hagámoslo siempre y demos la espalda a la enorme y arbitraria torpeza de adelantar o retrasar el horario una hora dos veces al año. Quizá seríamos menos europeos, pero a cambio ganaríamos, y mucho, en racionalidad. Si sometiéramos la cuestión a consulta popular, bastaría una pregunta: «¿Quiere adoptar todo el año la hora solar?». Me parece que ganaría el  de manera contundente. Y con pocas discusiones. Escritor.