La hora de las decisiones... y los chaqueteos

ANDREU FARRÀS

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Joan Reventós, que fue presidente del PSC en su edad de oro, recordaba en uno de sus libros de memorias que, al poco de acabar la guerra civil, su padre Manuel Reventós, se encontró por la calle a Ferran Valls Taberner, un amigo de toda la vida. “¡Hola Ferran!”, le gritó contento Reventós, mientras abría los brazos para abrazarle. Valls, sin embargo, le paró con un gesto glacial y le corrigió: “Me llamo Fernando”.

Fernando Valls Taberner, que llegó a la cúspide de la Lliga Catalana del brazo de Francesc Cambó, es para los historiadores uno de los exponentes más claros de la actitud que adoptó un significativo sector de la burguesía catalana durante el golpe de Estado de 1936 y la guerra civil y tras la victoria franquista. De apoyar el catalanismo conservador a abrazar sin reservas el nacionalsindicalismo de una dictadura aislacionista. Su artículo 'La falsa ruta' publicado en 1939 en 'La Vanguardia', cuando la dirigía el abuelo de José María Aznar, consideraba el catalanismo uno de los principales responsables de la guerra civil.

El caso de Valls Taberner ejemplifica la humana tendencia de muchas personas con ambiciones políticas que adaptan sus opiniones ideológicas y actitudes militantes en épocas de grandes cambios. La Segunda República, la guerra civil y la posguerra fueron tiempos sin duda convulsos. Como lo fueron la transición democrática de mediados de los años setenta del siglo pasado o como lo son los últimos años; también muy mutables y tremendamente inciertos, aunque por fortuna, pacíficos.

Al igual que entonces, ahora se adivinan nuevas hegemonías políticas. En ciertos tiempos, a través de infames golpes de Estado y guerras fratricidas. En otros, democrática y pacíficamente. E innumerables individuos ambiciosos se apuntan al carro vencedor sin problemas para enterrar sus anteriores preferencias y líderes. Como Valls Taberner. Al finalizar la transición, muchos extrosquistas y antiguos psuqueros alcanzaron ministerios, 'conselleries' y escaños parlamentarios del PP, el PSOE y CiU, tras el pertinente 'aggiornamento'. De la revolución internacional al liberalismo más puro y duro a contra reloj y sin estaciones intermedias.

Toni Soler denunció hace poco en un artículo periodístico a los oportunistas del soberanismo y tuvo que exiliarse de Twitter harto de los gorrazos virtuales que recibió. Las elecciones europeas y las encuestas más fiables detectan una amplia metamorfosis del panorama partidista catalán, cuyos mayores damnificados parecen ser CiU –con un proceso de deconstrucción paralelo al de su fundador— y el PSC, que ha fiado su resurrección al perspicaz Miquel Iceta.

Espectáculo no apto para menores

La emergencia de la baqueteada Esquerra Republicana, de los ya maduros Ciutadans y de los imberbes Podemos Guanyem atraerá a votantes esperanzados, militantes entusiastas y dirigentes novatos. Pero mezclados entre la ilusionada corriente, junto a todos ellos, se colarán exmilitantes y antiguos cargos altos, medios y bajos de las fuerzas en decadencia dispuestos a medrar con las siglas que sean para no perecer en el naufragio del bipartidismo. Ha sido su 'modus vivendi' durante demasiado tiempo y es demasiado tarde para reinventarse en la iniciativa privada; la emprendeduría, piensan, es un buen eslogan pero para los más jóvenes. El crecimiento constante de las formaciones rampantes precisará de manos y cabezas experimentadas y aquellas a buen seguro que lo agradecerán. Pero el espectáculo de algunos chaqueteos que se vislumbran no será apto para menores.