Hombres y mujeres de verdad

MARTA ROQUETA

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Caitlyn Jenner escogió una entrevista para ‘Vanity Fair’ como forma de presentar su nueva identidad al mundo, una decisión que la convirtió en la primera transexual que aparecía en la portada de la revista estadounidense. El que fue campeón olímpico de decatlón y padrastro de la ‘socialité’ Kim Kardashian posó para Annie Leibovitz en un corsé beis escotado, con una melena larga y suelta y las piernas cruzadas. Durante el ‘making off’ de las fotografías, Jenner explica su miedo a parecer “un hombre en un vestido”, y destaca la importancia de parecer “muy femenina”.

La decisión de Jenner de hablar abiertamente sobre su transición de hombre a mujer le valió el reconocimiento de una parte de la opinión pública estadounidense, presidente Obama incluido. También generó reticencias, y no precisamente de los sectores más conservadores. La periodista Elinor Burkett lamentó en ‘The New York Times’ la concepción que Jenner tenía de la feminidad –“posados sensuales, mucho maquillaje y cháchara con las amigas”–, basada en la visión tradicional sobre el rol de la mujer. Recordó que, meses antes de la entrevista, Jenner había declarado que su cerebro “era más femenino que masculino”. La autora alertó de la posibilidad que, en algunas muestras de apoyo a las mujeres transexuales, se estuvieran legitimando discursos basados en la idea que los roles que atribuimos a hombres y mujeres están determinados por una condición biológica, “un disparate que se ha utilizado para reprimir a las mujeres durante décadas”.

La sexualización del cuerpo ha sido un recurso recurrente para ‘probar’ la feminidad de una mujer famosa. La atleta surafricana Caster Semenya posó en 2009 para la revista You maquillada, enjoyada y repeinada para acabar con las acusaciones de ser un hombre que le acarrearon su aspecto “masculino” y sus éxitos deportivos. Recientemente, la escritora J. K. Rowling publicó en Twitter una foto de Serena Williams en un sensual vestido rojo para defender a la tenista de las críticas de un seguidor, que atribuía sus éxitos deportivos a una “constitución física masculina”. “Sí, claro, mi marido tiene la misma pinta con un vestido. Idiota”, remataba la autora de ‘Harry Potter’.

Más allá de las advertencias de Burkett, desde mi punto de vista –el de una mujer joven, heterosexual y occidental– tanto la transexualidad como la intersexualidad presentan un componente subversivo fundamental para revisar los roles de género.

Frente a un modelo social regido por la diferenciación entre dos géneros, masculino y femenino, y del cual se supone que no podemos escapar debido a nuestras características biológicas, existen individuos que o bien no pertenecen a ninguna de las dos categorías (o a las dos, según como se mire) o bien son capaces de transitar de una a la otra. Si se parte de la premisa que el género es una construcción social, la misma idea de tránsito permite observar desde una perspectiva completamente diferente cómo un individuo construye una nueva identidad a los ojos de los demás, y cómo va incorporando y rechazando las características que se atribuyen a cada uno de los dos géneros durante el proceso.

En este sentido, hay grupos de hombres transexuales que, en su tránsito hacia el género masculino, intentan construir masculinidades que se alejen de la concepción tradicional de lo que se considera masculino. No son los únicos, puesto que cada vez hay más grupos de hombres heterosexuales y cisgénero –que se identifican con el género que se les asignó al nacer– que están iniciando procesos de revisión de los roles, comportamientos y privilegios asociados a su condición. Un proceso que es capaz de aflorar todo tipo de contradicciones, reticencias y casos decepcionantes.

La web italiana ‘Fanpage’ lanzó el mayo pasado una campaña que tenía como objetivo sensibilizar a los hombres contra la violencia de género. Un vídeo mostraba las reacciones que tenían diferentes niños cuando se les pedía que, después de alabar la belleza de una niña que tenían al lado –callada, más alta que ellos y de aspecto virginal–, le dieran un bofetón. Algunas de las razones que dan para negarse a abofetearla son que la niña es guapa o que no se pega a una niña “ni con un ramo de flores”, respuestas que se basan en estereotipos que, en muchos casos, fundamentan la violencia que el mismo video pretende evitar.

En cambio, uno de los niños responde que un hombre “no pega a una mujer”. Se trata de una idea en la línea de “los hombres de verdad no compran chicas”, eslogan que los actores Demi Moore y Ashton Kutcher escogieron para su campaña contra la esclavitud sexual en 2011 y que también se utilizó en las redes sociales en 2014 para protestar contra el secuestro de niñas nigerianas realizado por Boko Haram.

Afirmaciones como éstas, a pesar de parecer bienintencionadas, son doblemente peligrosas. Primero, porque vuelven a definir la condición de hombre en función de lo que opinamos que debe hacer una persona que pretenda ser identificada como tal. En segundo lugar, porque utilizamos la lucha contra un problema o discriminación para reafirmar la identidad del hombre que la combate, y no porque la mujer que sufre estos agravios sea un sujeto con derechos propios.