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Hogueras

Ya no hace falta levantar grandes piras para acabar con los libros

ÓSCAR LÓPEZ

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No concibo la verbena de Sant Joan sin el fuego. Aún hoy, como si de un rito se tratase, busco cerca de casa alguna hoguera. Y allí suelo ir, dispuesto a quemar mis pecados y a resolver algunos ajustes de cuentas. Confieso que todos los años, cuando estoy plantado frente a ellas, pienso en lo que ocurrió en la Bebelplatz de Berlín, el 10 de mayo de 1933, cuando los nazis quemaron muchos libros considerados antialemanes. Nada que no hubiera ocurrido antes.

Ahí está el emperador Diocleciano, que se llevó por delante los libros de alquimia de la Biblioteca de Alejandría en el siglo III. O esa hoguera de las vanidades que promovió Savonarola en Florencia en el siglo XV. Podríamos referirnos a la desaparición de bibliotecas irremplazables e incluso recordar las novelas donde se queman novelas: una especie de metaliteratura incendiaria que siempre me ha llamado la atención desde que me convertí en acólito de Pepe Carvalho. Claro que con el tiempo descubrí que ya lo había hecho antes Cervantes en su obra magna, aunque salvó de la quema Tirant lo Blanc Tirant lo Blancy el Amadís de Gaula. O Ray Bradbury en su inolvidable Fahrenheit 451. Recuerdo también que el protagonista de El maestro y Margarita El maestro y Margaritade Mijaíl Bulgàkov, quemó su manuscrito para que no cayera en manos de las autoridades soviéticas, y aún tengo grabado en mi mente el final de El nombre de la Rosa de Umberto Eco.Pero esta histórica relación entre los libros y el fuego tiene una versión todavía más dañina y peligrosa: la quema que no se ve, pero que se huele. Porque ya no hace falta levantar grandes hogueras para hacer desaparecer libros indestructibles. Para conseguirlo, solamente hay que vulgarizar el mercado, promover planes de lectura educativos anacrónicos, limitar la aparición de nuevas voces literarias o ser incapaces de frenar la asfixiante piratería.

Y lo que me repatea el estómago es que esos pirómanos camuflados van de crecidos por la vida, porque saben que en esta distopía actual no existen los hombres-libro de Bradbury. No sé lo que pensarán ustedes, pero algo habrá que hacer para bajarles los humos a estos tipos incendiarios.

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