Mi héroe de camisa blanca

Reconozcámoslo, nos gustan los héroes. Desde el gato con botas hasta Aquiles, pasando por todos los 'súperalgo' enfundados en sus trajes de mallas. Nos emocionan los relatos de adversidades con final feliz. El Conde de Montecristo lleva más de 170 años inspirando nuestra admiración. Y el Zorro y James Bond y tantos otros ídolos de cunas suntuosas que, en un momento u otro, bajan al fango de la infamia para imponer su justicia. Dato importante eso de los orígenes, el linaje o los modales del chico. La literatura siempre ha sentido predilección por la caída de esos hombres instruidos que conocen el orden de los cubiertos en un banquete. La realidad no va muy desencaminada. Y lo cierto es que a los cientos de miles de desposeídos que nos trae el mar de la guerra y la pobreza se les dedica más conmiseración que admiración. Cuando sus historias darían para montañas de libros. 

Rectifiquemos pues, nos encantan los héroes de camisa blanca, mandíbula prominente y con planta de deportista. Y así ha llegado Pedro Sánchez hasta la secretaría general del PSOE. Aupado a hombros de los que ansiaban un poco de épica en un partido que sesteaba a la débil sombra de lo que fue. Llega engrandecido por la miseria de quienes quisieron desterrarle.

Ahora solo se trata de que, además, de la leyenda, tenga una buena historia que contar.