Hay tema para rato

JOSEP MARIA POU

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Érase una vez un banquero. Así podría empezar, de normal, el cuento de la banca y los banqueros, la sociedad y el dinero, la bolsa y la vida. «¡Manos arriba, la bolsa o la vida!», sería, también, otra bonita manera de empezar. El caso no es, en realidad, cómo empieza sino cómo termina. Y a la vista está que hay finales que no son de aplauso (en cuanto a la actuación personal me refiero; el aplauso a la justicia, sí, por descontado; con ovación y vuelta al ruedo).

No creo que a los banqueros les guste el protagonismo. Lo suyo es el manejo en la sombra, el mando a distancia (el de verdad, no el del sofá a varias manos) y la discreción hasta el anonimato. Alguno hubo, sin embargo, al que le gustó desayunarse, comer y cenar, envuelto en papel couché.Tanto lucía el hombre, tanto bailaba el hombre («¡vamos por la cuarta!») que, al final, se le cayó el pelo (expresión figurada que viene a decir que le pillaron; el pelo lo mantuvo y con la brillantina de siempre, por descontado). Otros se convierten en carne de prensa -titular a cinco columnas y apertura de telediario- contra su voluntad, es evidente.

El banquero ha sido materia de cine y teatro de toda la vida. Y siempre, o casi siempre, se le ha repartido el papel de malo. Banquero era el Shylock de Shakespeare, que no se andaba con chiquitas. Ese sí que se cobraba en carne. Y de la parte más próxima al corazón: la más celebre «dación en pago» que conozco. Banquero era Mr. Banks, el malo de Mary Poppins (aquí un recuerdo para David Tomlinson, actor genial que lo encarnó). Y banquero era tambiénMr. Potter, el malo de ¡Qué bello es vivir! (aquí otro recuerdo para Lionel Barrymore, maestro de actores).

Hubo un banquero anarquista, criatura de Pessoa, que pasó con éxito de los libros al teatro. Hasta hace poco en Madrid se ha representado Banqueros vs. Zombies, una función que dejaba claro quienes son unos y otros. Y ahora en Barcelona, el estreno de Frank V de Dürenmmatt permite acceder, a ritmo de ópera rock, hasta lo más oscuro del alma acorazada de una dinastía de banqueros.

Murieron por encima de sus posibilidades, la última película de Isaki Lakuesta, de estreno la próxima semana, cuenta entre risa y risa -hay carcajadas que duelen como puños- cómo cinco iluminados -¿cinco justicieros?- pretenden acabar con la crisis y subvertir el orden económico secuestrando al presidente del Banco Central.

Hay tema, pues, para rato.