Hay quien cree que puede ser otra cosa

Tengo la impresión de que estoy a punto de escribir un artículo muy ingenuo. Es verdad que no tengo muchos conocimientos en el campo de la política. ¿Por qué los gobiernos actúan como actúan?, ¿por qué unos partidos toman una decisión y otros partidos la rechazan o se adhieren?, ¿por qué un líder se compromete y sus seguidores disimulan o incluso se oponen? O sea que hay muchas actitudes que no entiendo y hasta que me desconciertan. Soy, pues, un ciudadano constantemente sorprendido.

Una de las cosas que me sorprende es que algunos responsables de la política española adopten medidas reactivas sobre unas decisiones por parte del Gobierno catalán que   a mí me parecen razonables y a menudo, incluso, de interés social. Es como si se hubiera disparado en Madrid una voluntad de ejercer su capacidad de negación. Porque es objetivamente comprobable que va creciendo una acción restrictiva, no solo sobre las decisiones de la Generaliladad sino también sobre iniciativas de interés social.

En otros países con identidad marcadamente propia hay discusiones sobre la conveniencia de adoptar unas determinadas medidas. Las argumentaciones se hacen públicas. Seguramente son sociedades y posiciones políticas preparadas para aceptar el diálogo sin restricciones.

Hay una España que parece incapacitada para conversar, y cuando no se sabe conversar se pierde Portugal y Flandes, y Cuba y Marruecos... Cánovas del Castillo, político importante pero discutible, que fue director de la Academia de la Historia de Madrid, dijo hace tiempo: «Son españoles... todos los que no pueden ser otra cosa». Es una expresión amarga y rotunda. Y ahora vemos que buena parte de los catalanes creen que pueden ser otra cosa. Y el gran Quevedo parece que hable del proceso independentista al escribir: «Ha sido necesario decir lo que fuimos para disculpar lo que somos y encaminar lo que queremos ser».