El 'hall of fame' de la embajada de Israel

JOAN CAÑETE BAYLE

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Ahora resulta que TVE, a través de su extraordinaria corresponsal en Jerusalén, Yolanda Álvarez, es Hamás, más concretamente “correa de transmisión de los mensajes, cifras, imágenes y datos de Hamás", en palabras de una portavoz de la embajada de Israel en España. No son solo Hamás los civiles muertos en Gaza, decenas de ellos niños (no pongo cifras porque al ritmo de muerte y destrucción que hay en Gaza quedan pronto  desfasadas) y en general todos los palestinos. No, Hamás también son Yolanda Álvarez y, por extensión, toda la prensa española e internacional en Gaza. Y Jon Stewart. Y la ONU. Y Stephen Hawking. Y Desmond Tutu. Y periodistas israelís como Gideon Levy y Amira Haas. Todos, Hamás. Todos, antisemitas (en caso de que sean judíos, son judíos que se odian a ellos mismos).

Hace tiempo, años, que la embajada de Israel en España considera (y así lo hace saber) a la prensa española (nos considera; yo fui corresponsal allí del 2002 al 2007, en lo más crudo de la Intifada) como la prensa más antisemita del mundo. Ataques como el que ha recibido Yolanda Álvarez no son extraordinarios; grandes nombres del periodismo de este país forman parte de esta lista de reporteros acusados de antisemitismo. Es casi un 'hall of fame'. La segunda intifada supuso un cambio radical en el panorama de la prensa española en la zona. Hasta entonces, muchos de los corresponsales eran israelís de origen latinoamericano que colaboraban con medios españoles. Con la segunda intifada, los medios, aún no azotados por la crisis, enviaron a periodistas españoles, como corresponsales y como enviados especiales. El cambio del tono de la cobertura fue espectacular: pasamos de información en muchas ocasiones proporcionada por periodistas israelís (siendo Israel una parte del conflicto) a información proporcionada por periodistas españoles. Hoy, a pesar de la precarización de la profesión, siguen siendo mayoría los corresponsales españoles frente a los israelís castellanohablantes. Lo que sigue sin haber (salvo alguna excepción en agencias) es palestinos que publiquen en la prensa española.

Desde entonces hasta hoy, hemos pasado por Jerusalén decenas de periodistas españoles de todo tipo y condición: en plantilla y free-lance, de medios de Madrid, de Barcelona, del País Vasco, de la Comunidad Valenciana o de Andalucía; públicos y privados; de derechas y de izquierdas; de todas las partes de España; comprometidos y escépticos; jóvenes y veteranos; bregados en otras corresponsalías o recién salidos de la redacción; duchos en idiomas o simplemente chapurreando cuatro palabras en inglés; corresponsales de guerra y alérgicos a los conflictos; temerarios y prudentes; de agencias, de televisión, de radio, de prensa y de todo un poco, de lo que salga; fotógrafos, a centenares; corresponsales, enviados especiales y aventureros; trabajando para medios españoles o de otros países…  Todos, a nuestra manera, mejor o peor,  acabamos contando lo mismo: la ocupación de Israel en los territorios ocupados palestinos, sus causas, sus consecuencias, sus ramificaciones, sus protagonistas. De ahí lo de la prensa (y los periodistas) más antisemita del mundo.

¿Por qué será?

Porque por pura honradez profesional, por puro oficio, por hacer simplemente bien tu trabajo, no puedes contar  otra cosa. En palabras de Eugenio García Gascón, decano de la prensa española en Jerusalén, porque los periodistas españoles suelen tener la manía de contar lo que Israel hace y no lo que Israel dice. También cuentan lo que hacen los palestinos; el desequilibrio es tan grande como el que vemos estos días en Gaza.

La embajada de Israel en España acusa a Yolanda Álvarez, por ejemplo, de no haber informado del uso de la población civil palestina como escudos humanos.  Ni ella, ni nadie de los que está o ha estado en Gaza, no solo de la prensa española, sino de la prensa internacional, ha sido testigo de esa acusación. La información que surge de Gaza es la misma, se quejan amargamente los portavoces israelís y sus colaboradores: el drama de los palestinos allí masacrados y atrapados. Los  corresponsales cometen el delito de no enmarcar dentro del ”derecho a la defensa de Israel” las imágenes de los niños asesinados mientras dormían  en una escuela-refugio de la ONU. No se preguntan por qué a todos los periodistas (seres que por definición buscamos desmarcarnos de nuestros congéneres para contar algo diferente) les da por tejer juntos una gran conspiración para contar lo mismo: el bombardeo brutal de uno de los ejércitos más poderosos del mundo sobre casi dos millones de personas hacinadas en 360 kilómetros cuadrados. “La situación en Gaza es un desastre humanitario sin precedentes en el siglo XXI”, ha dicho el ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo (otro antisemita, supongo). Un desastre que no se ha producido por un terremoto o un tsunami. Contar ese desastre, al parecer, es ser correa transmisora de Hamás.

"El activismo político no es, desde luego, periodismo, y transmitir propaganda no es informar", dice la nota de la embajada en la que carga contra Yolanda Álvarez. No puedo estar más de acuerdo. Por eso, entre la embajada propagandista y la periodista, entre los propagandistas disfrazados de periodistas y los periodistas, siempre estoy con la periodista que cuenta lo que sucede delante de sus ojos. Porque esa, ver y explicar lo que tu opinión pública no ve, lo que tu opinión pública no sabe, es la función del periodista. En Gaza y en cualquier otro lugar.