Análisis

¿Hacia 'Terracelona'?

Habrá que corregir algunos fallos de esta norma, pero sin perder de vista el objetivo de preservar los espacios para la convivencia

JULI CAPELLA

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El terreno de nuestra ciudad es limitado. Pero la capacidad humana para atiborrarlo es infinita. En el municipio de Barcelona apenas disponemos de 100 kilómetros cuadrados. Construimos edificios intensivamente y tan solo dejamos algunos huecos por donde transitar. La superficie de espacio público no crece, pero sí el número de vehículos, marquesinas, quioscos, mupis, farolas, papeleras, bancos o terrazas... Por tanto, hay que poner orden y le toca al ayuntamiento.

Partimos de la base de que a todos nos encantan las terrazas. Dado nuestro clima, es un invento genial para beber, comer y charlar con los amigos. Vivan pues las terrazas, cuantas más mejor. Convivamos pues con ellas. El problema es que en el 2010 teníamos en Barcelona unas 2.300, y en el 2011, a raíz de la ley antitabaco, pasaron a ser 3.900. Ahora ya vamos casi por las 4.800. En tan solo cinco años se han duplicado en número y son de mayores dimensiones y aparataje. Algunas son verdaderas casetas. Sin embargo, el espacio público ha seguido siendo el mismo, no se ha expandido. Por tanto los veladores han ocupado un lugar que antes estaba libre.

Aprovechando una regulación confusa cuando la presión no era tan alta, algunas fueron proliferando y creciendo de forma abusiva. Se les hizo la vista gorda con la excusa de la crisis. Pero a los coches, por ejemplo, no se les dejó aparcar encima de las aceras por mucho que alguien ya no pudiese pagar el párking por culpa de la crisis. No hubiese sido razonable. Ante el desmadre llegó la normativa actual, al parecer bastante deficiente. Tanto, que quienes la aprobaron, CiU y PP, piden ahora su moratoria y le pasan el muerto a Ada Colau.

Diálogo necesario

Sin duda debe haber un diálogo entre todos los implicados, no solo el gremio, que obviamente vela por sus legítimos intereses. Lo que le toca al ayuntamiento es defender el interés general y el espacio público en sí. No le toca salvar al sector hostelero, ni al del taxi, ni al gremio de arquitectos ni a los mensajeros, sino conseguir una ciudad que preserve el espacio libre como el bien más preciado que permite todos los demás usos, incluido el de sentarse en una terraza y disfrutarla. Lo que no puede ser es que en la plaza Reial haya 1.669 sillas de pago (en las terrazas) y tan solo ocho públicas (los asientos banco). Y que se haya convertido en un espacio imposible de transitar, como muchos otros rincones de Ciutat Vella.

Deben marcarse unas reglas del juego claras. Respetar el 50% de la acera y dejar un espacio para pasar de al menos 1,8 metros es del todo razonable y generoso con los bares. Sin duda habrá que cambiar algunos fallos de esta ordenanza, hacer excepciones allá donde convenga y conceder todos los plazos y ayudas que sean razonables, pero sin perder de vista el objetivo final: preservar al máximo el espacio libre para la convivencia. La presión hipermercantilista que vivimos lo está degradando. Algún visitante decía estos días que «toda Barcelona es una inmensa terraza». Perfecto, a disfrutarla mientras no moleste y nos deje pasear a su gente.