¿Hacia la receta Ibex 35?

ENRIC MARÍN

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La campaña electoral del 26-J comenzó con las cartas marcadas. Incluyendo el relativismo del compromiso de Unidos Podemos con el referéndum de Catalunya. Pero, en el último tramo, el Fernándezgate y el brexit han alterado alguna previsión. El brexit ha inyectado vitaminas a los dos partidos sistémicos, y el fernándezgate ha renovado la desconexión emocional del electorado catalán con los poderes del Estado. También ha laminado la credibilidad de Rajoy, pero sin coste electoral.

El brexit es un nuevo estímulo para facilitar el cierre de filas entre las formaciones del bloque dinástico. De modo que, a la vista de los resultados, nadie podrá impedir que gobierne el PP como partido más votado, con apoyo directo o indirecto de PSOE y C's. Probablemente, esto requerirá un paso al lado de Rajoy o Sánchez para hacer posible una gobernación estable liderada por el propio Rajoy o por un independiente bien visto por el mundo Ibex 35. ¿Y Unidos Podemos? Aunque no hubiera pinchado, la representación de negociaciones de los últimos meses ha evidenciado la existencia de una norma no escrita en la democracia española que delimita un cordón sanitario en torno a UP e independentistas. Es una situación que recuerda vagamente la anomalía democrática del Partido Comunista Italiano en el contexto de la guerra fría: se toleraba su presencia en gobiernos locales, pero tenía vetada la sala de máquinas del poder estatal. Haciendo realidad la fábula del castor de Gramsci, el PCI solo accedió al poder una vez superada la guerra fría y después de travestirse en lib-lab. Unidos Podemos solo llegará al poder si la crisis sistémica española lo hace inevitable o si lima con fuerza las aristas ideológicas más angulosas. O las dos cosas.

El nuevo Gobierno querrá afrontar los tres temas apuntados por Rajoy: Catalunya, nueva financiación y Europa. Pero los dos primeros son un sudoku imposible: la agregación de intereses políticos y territoriales que representan el PP y el socialismo meridional hace suma cero para Catalunya. Y, en Europa, España es un actor secundario y problemático.