Hacer de presidente

Carles Puigdemont ha hecho de presidente de la Generalitat a lo largo de este último año. Y digo bien. Ha hecho de presidente porque le tocó serlo. Y ha ejercido como tal, sin menospreciar su función pero al mismo tiempo sin rodearse de la aureola de carisma y trascendencia que Artur Mas quiso dar al cargo. Mas era el heredero del pujolismo. A Puigdemont le ha tocado ser el primer presidente convergente, pospujolista y posautonomista.

Ha hecho su trabajo con honestidad y convicción, con un perfil de estoy aquí y hago lo que me toca. Este comportamiento ha acabado siendo bastante útil y le ha permitido navegar en el dificilísimo espacio político catalán con cierta elegancia. Venía de Girona, donde reinaba sin problemas, y desde el primer día quiso dejar claro que ocupaba el lugar por obligación y voluntad de servicio. Eso le ha permitido mantener un perfil bajo pero efectivo en un escenario enrevesado en el que ha tratado de que las cosas siguieran su curso, probando caminos y vínculos que difícilmente habría podido hacer Mas, más marcado por su pasado y su modo de hacer.

Un año después, lo que podemos decir es que Puigdemont ha ido más allá de lo que alguien se podía imaginar entonces, y que gracias a él el espacio convergente sigue vivo. Pero ahora le tocará concretar más y encontrar una salida que vaya más allá del 9-N y no conlleve una confrontación de resultado demasiado incierto y peligroso. Un papel difícil para alguien que sigue siendo visto como gestor temporal del proceso.