Artículos de ocasión

Hacemos la caridad sobre usted

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David Trueba

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El otro día me hospedé en un hotel en Londres de una cadena española. Suelo elegir cadenas de marca española para hospedarme fuera porque siempre hay algún caritativo emigrado español que te arregla la red de internet, te cambia la almohada extraña por una más casera y hasta rellena el minibar con aceitunas con anchoa de su pueblo en cuanto tiene mano en los pedidos. La patria, como ven, no se hace con grandilocuencias, sino con los pimientos del huerto de tu madre en una barbacoa vegana en Berlín. Pero al ir a pagar la cuenta me sorprendió lo que me dijo el recepcionista de turno de mañana. Me preguntó, tras liquidar mi cuenta de gastos extras, si quería donar un euro para una organización humanitaria, ya no recuerdo si era Unicef o similar. Solo un rato después me volvió a la mente la pregunta tan directa, allí, desenfudada la tarjeta de crédito, a punto de salir hacia el aeropuerto: ¿quiere donar un euro?

Desde niño estoy acostumbrado a que la gente pida dinero para cualquier causa. Los sacerdotes de mi colegio nos daban unas huchas del Domund y nos mandaban cuatro días en marcha petitoria por las calles del barrio. Luego nos daban un bofetón por si habíamos robado algunas monedas por la ranura, y si no habíamos robado, el bofetón servía para que no lo intentáramos al año siguiente. Entonces ya jugábamos con la culpa de la gente a cara descubierta. Un niño te entra a pedir limosna y a ver quién es el guapo que dice que tiene mucha prisa. Pero que tantos años después te sometan a esa duda en la recepción del hotel tiene algo de extorsión. Extorsión por una buena causa, claro. Porque luego andaba yo preguntándome si no sería más decente que el hotel donara un euro de lo que te habían cobrado en la factura. En tu nombre.

El cliente de un hotel, a cara descubierta, después de pagar hasta doce euros por conectarse a la red en algunos lugares, no va a negar un euro para las misiones. Pero la pregunta en sí misma es grotesca. Es como ir a echar gasolina y que te pregunten si quieres donar un euro para los niños sin hogar. O como, por ejemplo, ir a la farmacia a comprar preservativos y que te pidan un euro para frenar el sida infantil. Se supone que la caridad tiene que ser un impulso racional e íntimo. Que hay que elegir con cuidado a dónde donas y después de asesorarte, por ejemplo, en la Fundación Lealtad sobre cómo esa organización maneja sus fondos y el grado de transparencia que ofrece. Acaban de condenar a la cárcel a un político democratacristiano de Valencia que se quedaba el dinero para obras humanitarias en Centroamérica, y ¿quién me dice a mí que ese hotel que me pide un euro no subemplea a lavanderas ilegales para la limpieza de sus sábanas? Es decir, uno no juzga a los demás sin conocerlos y por lo tanto asaltarte para pedirte una donación cuando estás pagando un lujo es poco menos que invadir tu vida privada, una falta de educación rotunda, un chantaje emocional y una manipulación de tus sentimientos.