Pólémica entre concejales de Barcelona

Hablemos de democracia

Joaquim Forn usó un tuit mío sobre Fidel Castro y lo distorsionó hasta el absurdo para atacarme

Participantes en el acto en memoria de Fidel Castro en Santiago de Cuba.

Participantes en el acto en memoria de Fidel Castro en Santiago de Cuba. / AMX/HB

GERARDO PISARELLO

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Hace unas semanas, un concejal de UPN reaccionó con furia a la intención del equipo de gobierno de Pamplona de ampliar los carriles bici de la ciudad. El concejal vinculó la iniciativa a una propuesta típica de «Cuba, Venezuela, Corea del Norte y los campos de concentración de la URSS». La actitud, muy comentada en las redes, describe un recurso habitual en cierto debate hispano. Tan habitual como comparar el movimiento soberanista con el nacionalsocialismo.

Con más contención, el concejal del PDCat Joaquim Forn se ha valido de una estrategia similar en las páginas de este diario. Aprovechó un tuit de quien firma este artículo, a raíz de la muerte de Fidel Castro, lo agitó y lo utilizó para acusar a «los comuns», en general, de «desdibujar la democracia» y «legitimar la dictadura».

UN TUIT SACADO DE CONTEXTO

Mis comentarios, en realidad, sostenían otra cosa. Que la revolución cubana, más allá de la figura de Castro, fue un proceso democratizador. Que derrotó una dictadura y redujo situaciones de desigualdad y miseria muy acusadas en otros países de América Latina. Pero que, debido a presiones externas y errores internos, fue perdiendo su impulso originario. Al final, mi intervención asumía las conclusiones de un excelente artículo del periodista Sergi Picazola revolución supuso grandes transformaciones sociales, pero falló en la construcción de una democracia republicana.

Como es usual en Twitter, mi punto de vista fue sacado de contexto, simplificado y usado como tosca arma arrojadiza. El recurso es pobre y retrata a quien lo utiliza. Pero también expresa maneras muy distintas de entender la democracia.

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La noción de democracia como construcción inacabada y no como régimen estático no es nueva. Ha sido defendida por autores como Robert Dahl, Charles Tilly o Boaventura Santos. Y es la misma que resonó en tantas plazas bajo el lema «¡Democracia real ya!». Esta concepción permite detectar mejor las insuficiencias de muchos regímenes representativos actuales. El PP, por ejemplo, sostiene a menudo que España «es» una democracia. Pero esta descripción estática minimiza graves retrocesos autoritarios como la ley mordaza o la instrumentalización partidista del Tribunal Constitucional. Por eso, cuando Forn y yo criticamos la judicialización del derecho a decidir denunciamos lo mismo: un alejamiento del ideal democrático.

UNA BATALLA CONSTANTE

Muchos conservadores sostienen, con razón, que la conquista de mayor igualdad no debería ser excusa para sacrificar libertad. Pero a veces olvidan que una distribución desigual de recursos económicos también empobrece la democracia y la libertad. Pedir penas de prisión para una familia del Clot que intentó parar su desahucio deteriora la democracia. Financiarse ilegalmente, desatender la sanidad y la educación públicas, bloquear políticas fiscales redistributivas que amplíen la libertad de los más vulnerables, también.

Concebir la democracia como un horizonte, como una batalla constante por ampliar la libertad y distribuir poder político y económico, no garantiza su éxito. Pero obliga a intentar mejorarla día a día. Esto incluye discutir con honradez y no distorsionar hasta el absurdo las palabras del adversario para poder atacarlo.