Al contrataque

Hablar solo y alguna tontería

Qué poco nos reseteamos y cómo dejamos que los pensamientos se nos pudran, como si el cerebro fuera un sumidero

XAVIER SARDÀ

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Perdonen las tonterías de hoy. Es que he cumplido 57 y estoy un poco así («así» significa aquí acojonado).

Obviedad: nadie de los que estamos en este mundo estamos aquí por nuestra voluntad. Ni nos han pedido permiso ni hemos pedido paso. Pero lo perdemos de vista casi siempre. Milan Kundera, en su brevísimo último libro, aconseja que seamos conscientes de nuestra insignificancia. No es fácil, porque tenemos una estúpida tendencia a considerarnos un desastre o la hostia en barca. Y claro, no somos ni lo uno ni lo otro.

En realidad, debe ser óptimo constatar de vez en cuando nuestra insignificancia. Como somos el mamífero más fantasmón de los que deambulan por el planeta, nunca viene mal un cierto ejercicio de humildad. Vamos, que no significamos mucho.

Vivir con muletas

Si están cubiertas las necesidades básicas, nos pasamos la vida elucubrando sobre lo que creemos y lo que pensamos. Nos cuesta vivir sin criterios prestados y sin opiniones cogidas al vuelo. Cuánto gusto, cuánta afición, cuántas preferencias, decretos y vestimentas, cuánta arrogancia y fanfarronada, cuánta fama y cuánto tejemaneje y cuánta intriga y cuánta comedia... ¿De lo dicho, hay algo nuestro o todo es de alquiler?

Nos agarramos existencialmente a muletas esotéricas, religiosas o políticas. Son utopías tras las que puede que ya no haya otras. ¡Jo! Hay que hablar con uno mismo.

Yo: «Calma... Necesito calma».

Yo: «Déjate de calma, que no está el tiempo para dilemas. Además, el que pide perdón se declara culpable».

Yo: «Es que necesito saber si lo que pienso y opino son en realidad mis criterios personales o son el botín de un puro choriceo mental».

Yo: «Eso no se puede saber, ¡collons! Si uno copia a uno es plagio, pero si copia a muchos es una investigación. Tienes astenia primaveral».

Yo: «Más bien vital, diría».

Yo: «Kundera no te ha sentado bien. En el libro este La fiesta de la insignificancia se dice que el origen de la bondad es la idiotez, y se dice también que la individualidad es una ilusión. Vamos, un rollo. No te conviene».

Yo: «¿Y si el porvenir ha dejado de existir?».

Yo: «¡Vete a la mierda!».

Tesis idiota: igual sería bastante útil que, de vez en cuando, dejáramos de amar para dejar de odiar, dejáramos de querer para dejar de putear y dejáramos de compadecernos para dejar de deplorar. ¡Necesitamos un paréntesis! Como los antiguos descansillos en los edificios sin ascensor, o como el yoga, o como una sedación colonoscópica.

Qué poco nos reseteamos y cómo dejamos que los pensamientos se nos pudran, como si el cerebro fuera un sumidero. Oigan, ¿y si solo discutimos para tener razón y nos da igual la verdad?

Telón.