Pequeño observatorio

Hablar siempre enfadado

Sánchez-Camacho es una enfadada dramática y a menudo desafiante. Me permito pensar que se equivoca

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Hay quien piensa que Rajoy no se enfada suficiente. Y otros que piensan que Sánchez- Camacho se enfada demasiado. Los buenos políticos, si se enfadan, procuran que no se les vea crispados, porque en un parlamento, o en una intervención en televisión o radio, quien se enfada exaltadamente tiende a infantilizarse. No se puede vivir enfadado y exhibiéndolo. No es saludable. Puede afectar a la necesaria lucidez. Enfadarse puede ser una pasión agradable para quien practica la irritación, pero el inconveniente es que, con el tiempo, la reiteración puede ser autodestructiva. La Academia Española dice que enfadarse «es un movimiento del alma». También «impresión desagradable y molesta que hacen en el animo algunas cosas». (¡Qué redacción!).

Rajoy es un enfadado verbal bastante tranquilo, mientras que Sánchez-Camacho es una enfadada dramática y a menudo desafiante. Me permito pensar que se equivoca, si es que encuentra bien hablando como habla y mirando como mira, con la barbilla orgullosamente alta. La gente tiene derecho a enfadarse, faltaría más, y vale la pena saber qué le enoja si queremos calmar a quien se excita. Pero Sánchez-Camacho ha dado un paso adelante definitivo, o está a punto de hacerlo, para entrar en el gremio de los enfadados profesionales. Creo que le pasa como a algunos actores: que se pasan. A mí no me gusta la gente que habla con la barbilla alzada y sale así en las fotos. Lo hacía Mussolini, quizá porque le parecía que aparentaba ser más alto y tener más autoridad, porque bajar la cabeza es signo de humillación.

El contraste entre Rajoy y Sánchez-Camacho es notable. No tengo el gusto de haberles tratado y no dudo que privadamente deben ser muy agradables. Pero la televisión quema y existe el riesgo de que ciertos personajes queden empobrecidos o muy tipificados, como todo lo que es repetidamente visible. Si viéramos a los políticos comiendo en su casa, puede que no los reconoceríamos.