El segundo sexo

Me gusta

Que la gente hable, se comunique, aunque sea a gritos, que estamos tontos con tanta tecnología

IMMA SUST

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Hace unos días, la presidenta del Observatorio de Violencia Doméstica y de Género, Ángeles Carmona, hizo unas declaraciones a Radio Nacional diciendo que había que erradicar el piropo porque es «una auténtica invasión a la intimidad de la mujer». Sí, el piropo de toda la vida, aquello que pasaba antes cuando había albañiles. Ahora, con la crisis de la construcción, si quieres que alguien te piropee te tienes que subir al podio de una discoteca vestida como un zorrón, y a veces ni así. Pero parece que alguno queda, porque Ángeles está muy preocupada.

Siempre se habla de mujeres cuando se hace referencia al piropo, como si a los hombres no se les pudiera decir nada o no les gustara sentirse deseados. Una mujer, un hombre, una obra de teatro, un edificio o mi perra Piper; su belleza depende siempre de la mirada ajena para valorarla. En este mundo en el que vivimos, donde nos pasamos media vida analizándolo y valorándolo todo, lo más importante es la mirada del otro. Ya puedes estar tres horas delante del espejo para ponerte el mejor vestido del mundo, que cuando salgas de casa tendrás mil miradas sobre él. Unos dirán que es bonito, otros que es horroroso, otros que pareces una pija y otros dirán que vas muy hortera. Eso si no has hecho la foto antes y la has colgado en Instagram, Facebook o Twitter, porque entonces lo más probable es que tengas unos cuantos me gusta y algunos comentarios al respecto. Facebook dio en la clave el día que inventó el me gusta.

Como decía, nos pasamos media vida analizándolo todo, desde el primer café que tomamos por la mañana hasta el tacto de las sábanas cuando nos vamos a dormir por la noche. Y la otra media nos la pasamos criticando a lo demás. Es por eso que triunfan las redes sociales como Facebook, donde el mundo se divide claramente entre egocéntricos y voyeursUnos se pasan el día hablando de ellos mismos sin vivir su vida para contársela a los demás y otros se pasan el día mirando las fotos de los demás sin vivir su propia vida. Tenemos claro lo que nos gusta y lo que no, pero en este siglo XXI donde todos los me gusta son virtuales no estaría mal reivindicar el me gusta del mundo real. Que las personas se digan las cosas a la cara, que la gente hable, que la gente se comunique aunque sea a gritos, que estamos tontos con tanta tecnología y tanto teléfono móvil. Entras en el metro y todo el mundo mira al suelo. ¿De qué piropos me hablas, querida Ángeles Carmona? Si la gente sale idiotizada a la calle mirando sus tabletas y con los cascos puestos. (Yo la primera, que quede claro). No miran, no oyen, ¡no sienten!

Pero ella insiste en que «nadie tiene derecho a hacer un comentario sobre el aspecto físico de la mujer». Algo que pasa continuamente y que es de lo más natural, como cuando te entra un tipo en una discoteca, alguien dice que le gusta una foto que has colgado en Instagram o recibes un corazón por el Tinder. Gustar a alguien de buenas a primeras siempre es mérito de nuestro cuerpo, que nos guste o no es nuestra primera carta de presentación. ¿Y por qué atenta contra la mujer? ¿Es que a un chico no se le puede llamar «tío bueno» si lo está?

Ángeles lo tiene claro y quiere erradicar el piropo. ¡Erradicar! Suprimir en su totalidad, eliminar, hacer desaparecer para siempre. Me gustaría saber cómo pretende hacer eso. ¿Cómo erradicar la mirada del otro? Quiero que mires pero que no digas nada, que te tragues tus palabras, tus pensamientos y tus piropos. ¡Quieto y callado! Enmudecer la alegría, el deseo y las palabras bonitas. Todo el mundo compite para tener el máximo de me gustas y comentarios en sus fotos colgadas en la red y resulta que si vamos a la calle ¿no podemos decir nada?

Yo, desde mi punto de vista como mujer y cuarentona, si alguien se desconecta un segundo de este mundo paralelo donde vivimos y le da por ver a alguien como yo y decirme algo bonito o sexi, no solamente no me voy a sentir invadida sino que se lo voy a agradecer y mucho. Hace tanto tiempo que nadie me piropea... Recuerdo uno de hace tiempo, paseaba con mi madre por el paseo de Sant Joan en Barcelona, yo tenía unos 20 años y un cuerpo de escándalo, el albañil nos vio pasar y gritó: «¡Esto es un cuerpo y no el de la policía!» Yo me giré, le sonreí y el tipo dijo: «Tú no, nena; la guapa es la señora». Les aseguro que a mi madre la alegría todavía le dura. Si eso de verdad es una invasión de la intimidad, les digo con toda sinceridad que prefiero sentirme invadida antes que invisible.