Occidente, ante el yihadismo

La guerra en nuestras mentes

Uno de los frentes más importantes de la lucha contra el terrorismo es la forma en que razonemos y decidamos

MARÇAL SINTES

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Al bajar por la Rambla de Catalunya de Barcelona mi amigo menciona algo que leyó, a modo de resumen, de lo que hace un rato que decimos: «Ahora sería imposible el desembarco de Normandía». El 6 de junio de 1944, miles de soldados aliados atacaron la costa francesa desde Gran Bretaña, en una operación –llamada Overlord– clave para finalizar la segunda guerra mundial. Además de las tropas regulares participarían algunas decenas de miles de voluntarios. Recordemos que los soldados de EEUU que liberaron Europa del nazismo no eran profesionales como ahora. La mili no desaparecería allí hasta después del gran trauma que supuso la guerra de Vietnam.

La frase «Ahora sería imposible el desembarco de Normandía»  brotó al hablar –lo habrán adivinado– de lo ocurrido en París el pasado viernes 13 de noviembre y, concretamente, cuando tratábamos de profundizar en cómo es nuestra sociedad europea y occidental. Esta, la cuestión de cómo somos, de cuáles son nuestros valores, nuestra mentalidad, nuestra manera de ver el mundo es, al menos, tan importante como intentar comprender cómo son ellos, los terroristas, los partisanos por decirlo al modo de Carl Schmitt, capaces de matar y matarse sin titubeos, seguros de estar haciendo lo que tienen que hacer.

Sin pasar por la ilustración

El mundo musulmán no ha pasado por la ilustración, y quizá tardará mucho en pasar por ella. Muchos se hallan, en cuanto a la relación entre la ley de los hombres y la ley de Dios, donde nosotros estábamos en la edad media, con nuestras cruzadas y nuestra inquisición. Con nuestros herejes ardiendo como antorchas y con nuestra persecución de los judíos.

Ahora, sin embargo, el Estado Islámico (EI) y su mentalidad medieval actúan sobre el terreno y en el ciberespacio, y se benefician a fondo de la globalización, de las posibilidades tecnológicas y la libertad de movimientos –personas, armas, dinero, información, etcétera– que tienen a su alcance. Revierten la globalización, tan occidental, contra el propio Occidente. Que nadie se equivoque: la lucha o la guerra –no me da miedo usar esta palabra– que Occidente tiene por delante será larga y se decidirá en muchos frentes. Uno de ellos, seguramente el más importante, en nuestras mentes, en la forma en que razonemos y tomemos decisiones.

Hay quien dice que por eso tenemos las de perder. Quizá quien lo ha expresado más brutalmente ha sido el escritor y periodista –durante muchos años corresponsal de guerra– Arturo Pérez Reverte: «Por eso los chicos de la pancarta de Londres [habla de dos jóvenes musulmanes que vio alzando una pancarta que rezaba 'Europa es el cáncer, el islam es la respuesta'] y sus primos de la otra orilla van a ganar, y lo saben. Tienen fe, tienen hambre, tienen desesperación, tienen los cojones en su sitio. Y nos han calado bien».

Vivir en la modernidad líquida

Ante tragedias como la de París, Occidente tiende a psicoanalizarse. A censurar sus supuestos defectos y debilidades. Se recuerda, así, que somos una sociedad opulenta (Galbraith); posmoderna (Lyotard), que ha enterrado la ideología, el sentido; relativista; con valores blandos; posmaterialista (Inglehart); consumista, adicta al espectáculo (Debord), y deshilachada (Putnam). Vivimos, en resumen, en la modernidad líquida (Bauman). A un cierto pensamiento occidental le encanta, además, resaltar lo que hemos hecho mal para intentar explicar lo que nos pasa. Nos solazamos  –con un espíritu sorprendentemente religioso– en la culpa. Buscamos ser culpables. Mientras el segundo tipo de actitudes llevan a la esterilidad y la parálisis, el primero nos aboca a la comparación con el enemigo: ellos son duros, creyentes hasta el fanatismo, dispuestos a matar y morir sin remordimientos. «Tienen los cojones en su sitio», como dice Reverte.

Occidente, Europa, ha hecho, y hace, muchas cosas mal, por supuesto. Tanto fuera como dentro de sus fronteras. Sin embargo, no creo que la solución, como parecen desear algunos, pase por intentar ser como ellos. Y tampoco por una respuesta simple y unívoca, es decir, por responder a la dureza exclusivamente con la dureza. Más bien la estrategia a seguir consiste, considero, en exactamente lo contrario, es decir, a rechazar con intransigencia ser como el enemigo. Intentarlo sería infame y desastrosamente ineficaz. Pasa, en cambio, por aprovechar todo lo que sí tienen de bueno nuestra mentalidad, nuestra manera de ver el mundo, nuestros valores. Por ser más que nunca como somos. Por lo tanto, por racionalizar, por distinguir y discernir, matizar... Y por saber ser a la vez muy flexibles donde convenga y muy duros allí donde haga falta. Por no dejarnos arrastrar ni por la irracionalidad, sea la del miedo o la de la rabia. O la del odio contra nosotros mismos, la autoinculpación y el pesimismo.