Ni en guerra ni en paz

RAFAEL VILASANJUAN / PERIODISTA

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Francia está en guerra. Tras escuchar al presidente Hollande decirlo reiteradamente no hay que albergar dudas. Ahora el dilema es si nosotros también estamos en guerra y si es así, ¿en qué guerra estamos? Mientras la alarma yihadista ha viajado de París a Bruselas y las medidas de seguridad se extienden por el resto del continente, empezamos a palpar la realidad de las guerras, es decir a vivir en un mundo menos seguro.

De repente la idea de una Unión Europea como espacio de paz y libertades se desmorona y nadie parece encontrar buenas respuestas. De momento Francia se ha lanzado al ruedo sin saber quien iba a acompañarle, repitiendo una estrategia que ya se demostró errónea. Tras las intervenciones del pasado, sabemos que las bombas acaban siendo artefactos que la propaganda enemiga utiliza como un poder cobarde, que descarga sobre población inocente y alimenta la expansión de la yihad hasta convertirse en una amenaza global.

Los frentes se multiplican

Los atentados de París han hecho visible el avance de los radicales islámicos mas allá de sus fronteras, pero solo es un paso mas entre otros tantos atentados como el de Beirut, solo unos días antes. La mayoría de las víctimas del terrorismo yihadista se cuentan en países islámicos que como Nigeria, Yemen o Líbano son incapaces de responder. Los frentes se multiplican pero no responden al modelo clásico de las guerras y la asimetría ya no garantiza la victoria de los que tienen la superioridad de las fuerzas convencionales.

La amenaza no es solo a Francia, nos afecta a todos. La batalla contra el Estado Islámico no se libra contra un estado, tampoco contra el islam, es una guerra contra un movimiento genocida que ha usurpado y utiliza el legado de Mahoma propagando el terror. Mas que una nueva guerra mundial es una batalla global a la que hemos de hacer frente juntos. Los países de la UE tienen que dejar de amagar con discursos solidarios mientras piensan que la mejor manera de evitar ser víctimas de este terrorismo global es exponiéndose lo menos posible.

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Hacer frente a este movimiento genocida no va a ser posible sin la utilización de la fuerza. Pero la amenaza solo remitirá revirtiendo al mismo tiempo la tendencia de inequidad e injusticia global. Mientras tanto la ofensiva diplomática y política debería ser tan sólida como la militar, implicando a todos los países vecinos y apuntando también a las autopistas por donde la globalización construye sus agujeros negros: desde el control de la propaganda que fluye como un virus por las redes, hasta cerrar el grifo de la financiación terrorista que circula por los mismos paraísos fiscales donde se esconden los evasores.

La batalla contra estos asesinos no es fácil ni va ser corta, pero tenemos las armas, basta con la voluntad política y la convicción que estamos frente a la primera batalla global de la historia. Si la entendemos en cambio como otra guerra convencional, basta revisar lo que ha sucedido hasta ahora para entender que aquí en Europa tal vez no haya guerra, pero tampoco viviremos en paz.