Guardiola, frente a un papa que viste de negro

El Atlético muestra un sentido de la colectividad admirable. Serían capaces de levantar un tren si Simeone se lo pidiera

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ELOY CARRASCO / BARCELONA

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Con esta ya son 33 veces en lo que va de temporada que Jan Oblak deja su portería a cero. Es un récord acreditado en el Atlético de Madrid, y dice mucho de lo que es este equipo que hoy tiene la final de la Champions más cerca que ayer. Falta un partido entero en Múnich, lo cual es mucho decir, pero sería un éxito incontestable de Diego Simeone, y Pep Guardiola ya sabe que deberá sudar tinta si quiere ir a San Siro.

El Atlético tiene un papa que viste de negro. Solo bajo el influjo de una fe indesmayable en una idea futbolística se puede entender el prodigio de unos jugadores con un sentido de la colectividad tan admirable, fanático casi. Da la impresión de que serían capaces de levantar un tren, si Simeone se lo pidiera. Reman tanto que hundirían a Oxford y Cambridge juntos. El argentino es un espléndido estratega y un notable émulo de las enseñanzas del bilardismo, escuela de discutible nobleza pero tremenda eficacia. A las artes de la pizarra y el arrabal añade ahora otras: lleva un tiempo avanzando en su condición de gurú.

EL FOLLETO DE AUTOAYUDA

La víspera del partido ya se descolgó con un par de frases de folleto de autoayuda. Aquello de que no gana quien tiene más soldados sino quien los utiliza mejor y lo otro de que en la vida no hay revanchas sino nuevas oportunidades. Una capa de pintura (de guerra, por supuesto) mística para camuflar un planteamiento muy terrenal. Correr más que el contrario, echar las cortinas, apagar las luces, impedir la vida fuera del ecosistema que él dicta. Acabó el partido y en la tele echaban 'Gladiator', no sería raro que se pusiera a verla en busca de rasgos de coraje que le puedan servir en próximas batallas.

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Y, demonios, el Atlético está en gracia. Se les va Courtois y aflora un Oblak, que ya tiene nombre de guerrero imbatible; colocan a un club apresurado e imprudente (y por un dineral) a Arda Turan y les nace un Saúl, y, el colmo, vuelve un Torres que parecía un elefante en busca de cementerio y les reaparece aquel delantero grácil al que había que marcar de cerca, hace tantos años.

Frente a Simeone y su Atlético, tan asombrosamente simple y útil, Guardiola se asoma otra vez a su techo en la Champions con el Bayern, las semifinales. De nuevo un equipo de la Liga española se interpone en su aventura alemana, que corre peligro de resultar incompleta, según la palabra que usó él mismo para calificar una hipotética eliminación. Hace dos temporadas lo tumbó el Real Madrid, un año atrás fue el Barça de su corazón el que le dio el disgusto, y ahora este Atlético lo ha puesto a temblar.

Quedan los 90 o más minutos de Múnich y la esperanza para su equipo de que, si las cosas transcurren como en la última media hora del Calderón, será difícil que Oblak mantenga el precinto intacto. Será el día para comprobar si Guardiola ha encontrado la ganzúa que reviente los portones de Simeone, el dios de la fe colchonera. De Guardiola dicen sus detractores que mea colonia; de Simeone habrá que decir, rasposo y alumbrado como está, que a él le sale una mezcla de cazalla y agua bendita.