Peccata minuta

Guantes negros

JOAN OLLÉ

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Señor don Pedro Morenés y Álvarez de Eulate, hijo del vizconde de Alesón, grande de España, y nieto de los condes del Asalto (¡!): debo confesarle que hasta hoy no tenía nada contra usted porque le ignoraba; como menos hable un ministro de la guerra, más paz genera a su alrededor. Gracias, don Pedro, por habernos dejado hasta ahora en paz.

Hay dos muy bellas canciones francesas que hablan de hombres de armas: Le déserteur, en la que Boris Vian escribe una carta a monsieur le président explicándole que no cuente con él para matar a sus hermanos, y Zangra, donde Jacques Brel nos canta la tremenda melancolía de aquel coronel que esperó durante años la llegada del enemigo, que nunca se presentó. Zangra perdió su vida y todas las batallas.

Y, tal vez porque después de medio militarizar a los jueces ya solo le quedaba a Rajoy el teatro de los tanques, usted, ya harto como Zangra de silencio en paz, finalmente ha medio hablado: «Si todo el mundo cumple con su deber, no hará falta ningún tipo de actuación del Ejército», cosa que no deja de ser una perogrullada, una perogrullada que, por su música, me ha evocado a Tejero tranquilizando a los diputados del 23-F. Ministro: ¿cumplió usted en su día con su deber formando parte de la sociedad Instalaza, que habría vendido bombas de racimo a Muammar Gadafi? Ya que los medios de comunicación me ponen al día de su biografía, yo le contaré algo de la mía: antes de escucharle a usted no estaba por la secesión exprés, y soy tan y tan burro que sigo no estándolo, porque creo en las leyes y en la posibilidad de ser variadas con palabras y oídos sabios, y no con maneras impropias de nuestro tiempo.

Banderas e himnos

Dice usted, ministro, que se puede silbar a los gobiernos pero no a las banderas ni a los himnos. Dese usted por silbado y dígame: ¿no ha leído la sentencia del juez Pedraz según la cual los pitos de la final de la Copa del Rey no constituyeron delito alguno? Mire usted: de pequeño me aseguraron que un trocito de pan y un chorrito de vino eran el cuerpo y la sangre de Jesucristo, mentira que me sirvió para comprender qué era una metáfora: solo poesía. Y que ahora venga usted a impedirme silbar a una consagrada y pésima melodía -tanto el himno catalán como el español me lo parecen- o a un trapo teñido de amarillo y rojo -también en eso coinciden-, se me antoja de otro mundo. ¿Mis únicas banderas? La ropa limpia secándose en las azoteas, las mismas donde cada año celebramos la llegada del verano quemando mil banderitas de papel de mil países en la hoguera de Sant Joan. Una pregunta, ministro: ¿por qué los militares presentes en el acto institucional del 11-S lucieron guantes negros cuando en las anteriores ediciones siempre fueron blancos? Nos pierde la estética.