Un Guantánamo en tu ropa

RAMÓN LOBO

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Diamantes de sangre, coltan de sangre, petróleo de sangre, ropa de sangre. Miles de empresas del Primer Mundo deslocalizan su producción en nombre de la competitividad, eufemismo de beneficio sin control. El traslado de la producción a países pobres, no democráticos, sin derechos laborales ni sindicales multiplica el desempleo en Occidente y la esclavitud en el tercer mundo. Una ecuación perfecta para la cuenta de resultados. Un laberinto opaco de contratas, subcontratas y subsubcontratas garantiza la impunidad. Las empresas pueden alegar el respeto a un código ético a la vez que eluden la responsabilidad penal. Si se produce una desgracia, un accidente que trasciende, nadie sabe nada; todos inocentes.

Decenas de trabajadores sin derechos se desloman en jornadas de 12 horas o más, seis días por semana, en fábricas insalubres e inseguras a cambio de un salario de miseria: menos de 40 dólares (30 euros) al mes. Bangladesh es Eldorado textil de este tipo de negocios: tres millones de trabajadores, la mayoría mujeres, malviven encadenados a una de las 25.000 fábricas existentes. Un negocio que representa el 17% del PIB de uno de los países más pobres del mundo. Los empresarios de aquí no buscan competitividad, solo quieren dinero a espuertas. No importa el precio.

Las marcas

Campaña Ropa Limpia -que reúne a decenas de oenegés y organizaciones sindicales de todo el mundo- asegura que entre las ruinas del Rana Plaza, cuyo derrumbe causó la muerte de más de 500 personas, había etiquetas de Mango, El Corte Inglés y de la británica Primark. Según la misma fuente, las fábricas siniestradas también tenían como clientes a C&A, KIK y Wal-Mart, estas última implicadas hace cinco meses en otra catástrofe: un incendio que causó la muerte de 112 trabajadores.

No importa esta o aquella etiqueta porque en el fondo todos están implicados. Es el sistema el que está implicado en promover la esclavitud. Esa riqueza creada desde la explotación humana, perdón, quise decir oportunidad de negocio, no revierte en el primer mundo sino en unos pocos que hacen fortunas y en los accionistas que no preguntan. Todo el sistema se basa en preguntar poco. El casino financiero se desplomó en el 2008 porque alguien preguntó qué había dentro de las hipotecas subprime. Había humo, nada. Como las preferentes: una estafa.

El llamado Kimberley Process Certification Scheme es un acuerdo internacional para acabar con los diamantes de sangre, piedras preciosas extraídas en zonas de guerra y por las que las empresas pagan una miseria. Sucedió en Sierra Leona en los años 90: los implicados en la extracción y transporte de los diamantes desde la región de Kono a la joyería, limpios de preguntas incómodas, fueron parte activa en mantener el conflicto. Porque este era su modo de proteger el negocio.

La columbita-tantalita, es decir el coltan, fue uno de los motores de la guerra de Congo. Existe un informe de las Naciones Unidas que implica a numerosas empresas alemanas y belgas, incluida la difunta compañía aérea Sabena; también a Ruanda y Uganda que exportaban el coltan que no tenían. A los mineros congoleños, muchos niños, que extraían el mineral esencial para la telefonía móvil y las play station se les pagaba un dólar por kilogramo. Entre febrero del 2000 y enero del 2001, el kilo de tántalo pasó de 180 a 950 euros.

Ganancias monumentales, ética nula y escasos impuestos, que en el tercer mundo se llaman sobornos. ¿Es la razón por la que eligen Bangladesh? Ciento sesenta millones de habitantes, 25.000 fábricas y solo 93 inspectores en todo el país.

Debería ser obligatorio por ley que estas empresas textiles, que gastan millones en publicidad, informen en sus etiquetas lo que pagan por cada prenda, cuánto tiempo se ha tardado en fabricar y en qué condiciones laborales se ha hecho. También deberíamos saber cuánto cobra un obrero, a menudo un menor, por cada zapatilla que calzan los héroes de la NBA o del fútbol europeo.

Foxconn

No son solo los textiles y las zapatillas, es el café, los ordenadores... Foxconn es el mayor distribuidor mundial de productos electrónicos. Emplea a 1,2 millones de personas solo en China. Sus prácticas laborales son abusivas.

Estos guantánamos laborales hacen atractivo el negocio de la deslocalización. Además de generar situaciones de esclavitud incompatibles con la legalidad de los países occidentales, en los que las empresas tienen su sede, hunden nuestros mercados laborales. Los trabajadores occidentales no pueden competir con los países en los que no existen leyes laborales, sueldos mínimos, derechos sindicales; la democracia no puede competir con la ley de la selva. Este brutal desnivel moral, legal y económico sirve hoy de excusa para recortar los derechos de aquí, no para mejorar los de allá. No buscamos suprimir los guantánamos, queremos multiplicarlos.