La clave
Grecia y la cruda realidad
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
La batalla que se está librado en Europa durante los últimos cinco meses, los transcurridos desde la victoria electoral de Alexis Tsipras en Grecia, no se puede interpretar solo como un pulso entre el populismo heleno y el rigor comunitario, como pretende la ortodoxia liberal. Tampoco como el choque entre las legitimidades democráticas de un Estado miembro del euro y del conjunto de la eurozona. Porque las elecciones en las que se impuso Syriza sí eran un plebiscito sobre las recetas de extrema austeridad impuestas por la troika, pero ni François Hollande ni el partido de Matteo Renzi las defendieron en las campañas francesa e italiana. Tampoco Mariano Rajoy, por cierto, se presentó a las elecciones que le brindaron la mayoría absoluta con un programa abiertamente partidario de los recortes sociales. Ni para España, ni para Grecia, ni para toda Europa.
Si guardamos en un cajón los anteojos de nuestros prejuicios ideológicos tendremos que reconocer que Grecia no hizo sus deberes ni antes de entrar en la moneda única -gracias, en gran medida, a que sus socios europeos hicieron la vista gorda- ni después. Convendremos que, desencadenada la tragedia griega, los gobernantes helenos fueron incapaces de recuperar el tiempo perdido y enderezar sus finanzas. Pero también que los representantes de los acreedores -Bruselas, Banco Central Europeo y el FMI- fueron insensibles ante los padecimientos del pueblo griego, por lo demás contraproducentes para el objetivo de que Atenas hiciera frente a sus deudas.
Deberemos concluir también que en ese caldo de cultivo era inevitable que la izquierdista Syriza, en volandas de una indignación social justa pero alimentada por la demagogia, impugnase el pasado. Y que cosechase más éxito en las urnas que en los despachos de Bruselas.
Facturas y peajes
Ante el abismo de la bancarrota, Tsipras ha topado con la cruda realidad y pisado sus líneas rojas. Ello le pasará factura a él y a quienes sigan sus pasos, pero habría que preguntarse qué peaje hubieran pagado los griegos si su gobierno, en vez de plantear batalla con mayor o menor fortuna, hubiera claudicado ante la primera amenaza.
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