Dos miradas

Grecia y el mundo

Es difícil saber si el Gobierno griego es un defensor radical de la democracia o un suicida que no ha sabido calcular las consecuencias

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Si escribes sobre Grecia, estos días, tienes el peligro de tener que rectificar a toda prisa el texto o de tener que retirarlo de circulación porque el tiempo de las negociaciones, de los ultimátums, de las posturas irreductibles, el tiempo del desorden y el caos, circula a una velocidad inaudita. Además, es difícil saber si el Gobierno griego es un defensor radical de la democracia o un suicida que no ha sabido calcular las consecuencias. Y si los demás están dispuestos a tirar hacia el monte y llegar a las puertas de la tragedia (y cruzarlas) o si calculan las derivadas geopolíticas de una Grecia fuera de Europa (sobre todo militarmente) y prefieren tensar la cuerda sin que se deshilache.

En estas circunstancias, recuerdo las palabras que me dijo hace unos años un arquitecto griego que encontré en el Monte Athos, la peculiar república monástica de la península Calcídica. Primero, era un hombre amable con un francés excelente, culto y tranquilo. Poco a poco, cuando supo que mis amigos y yo éramos peligrosos representantes de la curia romana y perversos espías de Occidente (eso dijo), se lanzó por la pendiente de la violencia verbal e hizo un ejercicio notable de nacionalismo exacerbado. «La civilización resurgirá cuando Grecia gobierne el mundo, y no falta mucho para que esto ocurra».

De hecho, puede que no estuviera tan equivocado. Por lo menos, el mundo está pendiente de Grecia. Lo que no sé es si mi amigo arquitecto podrá sacar mañana dinero del cajero.