Tras unas elecciones cruciales

Grecia como argumento

El triunfo de Syriza permitirá comprobar si hay alternativas a lo que muchos consideraban un trágala

JOAN SUBIRATS

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He leído y oído tantas cosas estos días sobre Grecia, que me cuesta distinguir lo puramente oportunista de lo significativo. Como decía Ernest Folch en un tuit, «a nadie le interesa nada de lo que pasa en Grecia, sino qué de lo que pasa le da la razón». Por tanto, tomen con cautela lo que aquí les cuente. A mí me ha interesado confirmar el buen marco analítico que Dani Rodrik construyó en su libro La paradoja de la globalización, en el que se muestran las dificultades para poder combinar simultáneamente soberanía nacional, ejercicio democrático e incorporación al proceso imparable de globalización. Las elecciones del pasado domingo marcan de nuevo la tensión entre la expresión democrática de la soberanía nacional que esas mismas elecciones constituyen, y las limitaciones, constreñimientos e interdependencias de todo tipo que conlleva el hecho de que Grecia sea miembro de la Unión Europea y de otros muchos organismos multilaterales.

En un sentido, el triunfo de Syriza es el triunfo de la democracia, de la voluntad soberana de una buena parte de los griegos de proclamar su hartazgo sobre unas políticas de austeridad que entienden no solo dolorosas y perjudiciales, sino que se han demostrado asimismo notablemente ineficaces (ha aumentado la deuda, no se han mejorado las condiciones de vida). Pero desde otro punto de vista, esa expresión de autonomía nacional, de independencia patria, viene muy atemperada por los compromisos ya adquiridos previamente y por las propias autolimitaciones que Syriza acepta al mantenerse en la Unión Europea y en el euro. Lo significativo, y aquí uso Grecia como argumento, es que la votación del domingo y las repercusiones de la misma en la socialdemocracia europea y en los aliados ideológicos de Syriza en muchos otros lugares de Europa (especialmente España) ponen de relieve la situación límite que vive la UE con su empecinamiento en las políticas de austeridad.

En el fondo, es probable que la austeridad haya sido el punto de equilibrio entre los países más ricos (que aprovecharon mejores coyunturas para reformas estructurales) y los países en peor situación (que más dificultades tienen ahora para mantener las condiciones de vida) ante las perspectivas de zozobra e inseguridad sobre el futuro que condicionan a todo el continente y especialmente a las clases medias. Pero ahora ese equilibrio resulta cada vez menos sostenible. En el norte y el centro de Europa, las críticas a esas políticas están fortaleciendo a las posiciones más nacional-conservadoras, con tintes más o menos explícitos (según los lugares) de xenofobia y racismo. En el sur de Europa, los que mejor han aprovechado esa sensación de desamparo de la gente frente a unas élites que dicen decidir sin poder hacerlo, y que acaban siendo vistas como emisarios de malas noticias, han sido las opciones que utilizan el esquema 1% versus 99%, tratando de huir de un eje izquierda-derecha que las ata excesivamente a las posiciones de una socialdemocracia vista como cómplice y cogestora de las políticas de desposesión.

Los resultados de Syriza generan dos anomalías significativas. La primera se relaciona con el hecho de que ahora podremos comprobar si existen alternativas a una situación que para muchos era un auténtico trágala. La segunda es que en las mesas y comisiones de Bruselas empezarán a moverse personas y planteamientos que escapan de la cómoda hegemonía con la que conservadores, democristianos y socialdemócratas habían administrado Europa occidental desde hace más de 50 años. Las primeras medidas que anuncia Syriza tienen que ver con temas básicos: afrontar la crisis humana que afecta a la supervivencia, como la alimentación o la atención sanitaria básica a los parados sin prestación alguna; un cambio en las políticas impositivas injustas sobre la propiedad (en un país sin registros fiables); el establecimiento de un salario mínimo de 750 euros; el impulso de puestos de trabajo sin caer en la funcionarización. Y todo ello, con transparencia y control democrático. No parece un programa revolucionario. Son medidas básicas que desde Europa deberían atenderse renegociando la deuda.

Una vez más, conviene recordar que mientras no avancemos en lógicas que añadan espesor y grosor a la estricta mirada mercantil y monetaria de Europa, las cosas no mejorarán. Al menos, lo cierto y positivo es que Europa está cada vez más presente en nuestra cotidianidad. Ahora solo falta que podamos influir más en lo que nos afecta.