Grecia y Catalunya

ERNEST MARAGALL

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Una de las páginas más célebres de la historia catalana tiene Grecia por paisaje: la de los almogávares marchando de Constantinopla, arrasando a su paso parte de Macedonia -la "venganza catalana", que no respetó ni el monte Athos- y recalando finalmente a una Atenas más pueblo que ciudad, donde edificaron una torre de vigilancia junto al Partenon y permanecieron en ella casi un siglo bajo el ondeaje de la bandera. También ondeaba esta semana, en Syntagma, durante la celebración del 'no' a las condiciones de la troika. Un 'no' mayestático, rotundo. También un 'no' de interpretación nada fácil, aunque perfectamente comprensible.

Grecia ha sido el laboratorio principal de la troika y los resultados están a la vista. Mientras que al terminar el año 2014 los acreedores disfrutaban de ver un primer superávit público disponible para pagar intereses -el llamado superávit primario- y un incipiente equilibrio exterior, los ciudadanos griegos solo veían disminuir el trabajo y los servicios públicos y crecer el paro y la pobreza. El pago de la deuda pasaba por encima de ellos, castigados por pecados que no está poco claro que hubieran cometido. De hecho, y según Varufakis y muchos otros economistas, unos pecados que en realidad no eran sino el fruto de un diseño insuficiente de la zona euro. Un anatema que ha hecho odioso Varufakis mucho más que no lo ha hecho su ostensible altivez, por cuanto aquel volvía la deuda como un boomerang contra la troika.

Seguramente, la dignidad griega recuperada este domingo era ésta, la de quien pasa de sentirse culpable a saber que es víctima; porque la culpabilidad les hacía aceptar la condena y descubrir que son víctimas los hace bastante fuertes para rebelarse. Toda deuda supone un crédito simétrico e igualmente responsable y sometido a beneficios o pérdidas. Pretextar culpas exclusivas del deudor, acusándolo de ocioso y defraudador es tan injusto como erróneo. No es cierto que Grecia sea improductiva -está en el lugar 40 mundial según PIB per cápita-; que no pague impuestos -recauda por encima de España-; o que no trabaje -según la OCDE, es el país europeo que trabaja más horas. Y en cuanto al argumento de que nadie les obligaba a endeudarse, es perfectamente reversible: tampoco nadie obligaba a los acreedores a dar crédito. Y si encima la propuesta impuesta por el propio acreedor hace aumentar la deuda, como lo ha hecho con la austeridad, entonces parece evidente que el deudor no tiene ninguna culpa.

La ley del péndulo, no obstante, tanto puede hacer estragos en un extremo como en el otro. Las dos partes tienen sus propias culpas, aunque no las mismas, al tiempo son cómplices de la fe monetarista imperante cuando se creó el euro y según la cual todo funciona muy bien si la intervención pública se minimiza y limita controlar la masa monetaria -algo que, entre otros, dio lugar a tipos de interés reales negativos, tanto en Grecia como en España, añadiendo gasolina al fuego de la burbuja de crédito y deuda-. La misma fe que al estallar la burbuja dictaminaba culpable el gasto público y aconsejaba la austeridad fiscal como remedio, deprimiendo la economía al mismo tiempo que hacía aumentar aún más la deuda que pretendía reducir. Como en tantas ocasiones en la historia humana, una falsa teoría convertida en doctrina, y los intereses de aquellos a quienes convenía, pasando por encima y aniquilando el hombre.

La renuncia a hacer política económica ha acabado poniendo la economía por encima de la política. Por eso ante todo, para resolver la crisis griega y el efecto dominó que puede provocar falta desenmascarar doctrinas, falsas teorías y los intereses que las sustentan y se aprovechan. Que para hacer una verdadera Unión Europea hay mucho más que un banco central obsesionado en la estabilidad de precios ya es, por suerte, público y notorio; hay una unión política y una unión fiscal que permitan hacer política económica; hay que superar el actual mosaico de estados compitiendo entre ellos hasta llegar a hacer 'dumping', tanto social como fiscal, y construir auténticos estados unidos europeos. El callejón griego debería servir para acelerar todo esto; de lo contrario habrá sido inútil tanto si se vuelve a un tercero rescate en todo semejante a los anteriores como si, aún peor, acabara con un grex.

Y esto nos devuelve a Catalunya y su anhelo de convertirse en un nuevo Estado de una nueva Europa. Una quimera si la UE ignora hoy el clamor griego, se aferra a la doctrina neoliberal y no es capaz de establecer una gobernanza económica capaz, entre otros, de resolver el asunto griego como debería resolver el de España, con los problemas escondidos bajo unas transferencias fiscales del todo insostenibles y sin las cuales más de una CCAA estaría en una situación mucho peor que Grecia.