Dos miradas

Grecia

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Aristóteles y Platón y Sócrates, que no escribió nada pero que lo dejó dicho todo, y la tragedia, que nos informa de cómo somos y de cómo reaccionamos ante el destino, y el ágora donde se habla, y Ulises que vuelve de la guerra de Troya, y Penélope y su tejer sin parar, y el pie yámbico y las columnas jónicas. Las aceitunas de Calamata y el pepino con yogur, y la isla de Lesbos y Aristóteles -otro: no el filósofo sino el armador- Onassis, que dejó llorando a María Callas, y el mito de Sísifo, al que la piedra siempre le rueda hacia abajo, y las pasas de Corinto y el queso feta.

Y otros mitos, como Giannakis y Nikos Galis, que hacía las fintas como nadie, y el alfa y el omega, la antropología y la biblioteca, el epitafio y las filias y las fobias, y los hípers y el zoo, la psicología y eros y tánatos, y el micro y el macro. Y Petros Márkaris, que hace más negra la crisis, y Theo Angelopoulos, que ha filmado la niebla. Y el gran Kavafis. Hellas y el monasterio de Magistris Lavras, allí donde un arquitecto griego me dijo que los griegos dominarían un día el mundo.

Y la democracia y Athos, y el Partenón y los mármoles que no están, y la moussaka y aquellos dulces tan empalagosos. Y la ratzinaDemis Roussos y MelinaIrene Papas, Sunion y los cantos ortodoxos y las ceremonias de la luz, y el mar que se extiende más allá de las capillas, entre Escila y Caribdis. Y Píndaro: «Agota, alma mía, el ámbito de lo posible».