Ideas
Por un festival de verano de Barcelona
El Grec se centra en contrarrestar la marcha del público cuando llega el calor
Xavier Bru de Sala
Escritor y periodista.
XAVIER BRU DE SALA
Ahora que a toda programación la llaman festival, el Grec de Barcelona debería adquirir personalidad, definir unas líneas de fuerza que lo configuren más allá de los matices que aporten los sucesivos directores.
Cada vez más, el Grec se ha concentrado en un solo objetivo: contrarrestar la tendencia de los públicos barceloneses a abandonar las salas, e incluso la ciudad, cuando llega el calor. Un propósito tan simple y loable como poco interesante por las ideas, los conceptos y los contenidos. En consecuencia, no importan los resultados artísticos, la incidencia, el hecho de que el simulacro de festival de verano de Barcelona no sea un referente, sino la cuenta de resultados en términos de ocupación de los espacios.
El Grec es quizás la mejor, y también la peor muestra de los límites y ventajas de la cultura oficialesca barcelonesa. En una ciudad dotada de un presupuesto de cultura tan elevado como mal gastado -se destina al autoconsumo y a la subvención irracional de los grandes equipamientos de capitalidad-, y en consecuencia tan faltada de apoyo a la creación, a la innovación y a la simple producción propia, el Grec funciona como una caja de recursos alternativos.
Toda la presión de quienes disponen de proyectos rechazados, pero muy a menudo de un altísimo interés, se concentra en el director y su equipo. ¡Ayúdanos a producir! Una caridad por amor de la cultura. Y el Ramon Simó (director del Grec) de turno reparte, se quita a este y al otro de encima, gasta a capricho y juega a ejercer de programador omnipotente.
Que el festival Grec reivindique la danza es positivo. Que La Veronal aliñe sus diagonales sincopadas, y más que reiteradas, con el guion más pretencioso y estúpidamente trascendentalista de la historia del espectáculo, y que encima la crítica y parte del público se guarden la opinión sobre la tomadura de pelo cultural, es un pequeño, un minúsculo síntoma de cómo se disimula, y con qué consenso, la ausencia de sentido del muestrario barcelonés.
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