Al contrataque

La gran impostura

OLGA MERINO

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La memoria tiende a deformar lo vivido, bien por engrandecimiento, bien por la tentación de echar agua al pasado hasta desvaírlo como los pigmentos de una acuarela. Al mismo tiempo, cada hijo de vecino cree ser de una manera, pero proyecta una imagen distinta en los demás. Se trata de dos mecanismos de distorsión muy llevaderos en la vida cotidiana, salvo cuando el individuo efectúa el triple salto mortal de urdir una farsa o apropiarse de una identidad ajena. Ha habido montones de ejemplos, como el de la supuesta Anastasia Romanov, la hija menor del último zar de Rusia; el de la barcelonesa que se hizo pasar por una víctima del atentado contra las Torres Gemelas, o bien el de Enric Marco, quien durante tres décadas fingió haber sobrevivido al horror de los campos nazis. Un caso tan jugoso este último, tan preñado de matices, que ha favorecido la coincidencia de dos novelas que lo abordan: 'En la pell de l'altre', de Maria Barbal, y 'El impostor', la esperadísima nueva entrega de Javier Cercas.

El tal Enric Marco presidió la Amical de Mauthausen, recibió la Creu de Sant Jordi y se pateó media Europa impartiendo conferencias con el fin de que no se olvidara el delirio asesino del Tercer Reich. Un tipo tan genial en su capacidad fabuladora que no solo imaginó que jugaba al ajedrez con un guardián nazi, sino que llegó a inventarse el número que le habían impuesto en Flosenbürg: el 6.448. Y en estas, emerge ahora la gran farsa del pequeño Fran, ese chaval vinculado a círculos del PP que, con pinta de mosquita muerta, se hacía pasar por agente del CNI, asesor de Moncloa y mediador para atenuar el cepo judicial sobre Jordi Pujol y la infanta Cristina.

Saraos en la villa y corte

Acusado de un intento de estafa de 25.000 euros, nadie se explica cómo Francisco Nicolás Gómez Iglesias, un pimpollo de 20 años, logró colarse en los más altos saraos de la villa y corte, incluido el besamanos de Felipe VI, y compilarse con un 'book' de fotos con la derecha más granada.

La labia le ayudó bastante. Y resulta curioso constatar que esta característica, el don de la palabrería envolvente y narcótica, la comparten grandes embaucadores, como el mismo Marco. Contaba este que eran las verdaderas víctimas, los deportados, quienes lo empujaban a alimentar la fábula: sube tú al estrado, que lo explicas mucho mejor.

Cuando bajó el suflé de su impostura, Marco confesó en una entrevista a 'La Vanguardia' que había mentido con el único propósito de «resaltar la verdad». Y hete aquí que Fran puede haber aparecido justo para tal fin, para denunciar cómo lo arropó cierta casta sociopolítica, cómo se camufló sin esfuerzo alguno en la charca de las influencias y los favores. ¿Quién es aquí el farsante? Si el niñato voló, fue porque nadie le cortó las alas, porque parecía mismamente 'uno de los nuestros'.