IDEAS

Gracias por todo, Beatriz

RAMÓN DE ESPAÑA

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Dios, cómo pasa el tiempo. Parece que fue ayer cuando Beatriz de Moura publicó mi primer libro de ficción y han transcurrido 30 años. Y ahora Beatriz se nos jubila, aunque espero que no del todo, pues echaríamos de menos ese criterio suyo que convirtió Tusquets en una editorial de referencia en la comunidad hispana. Dice que está cansada, y no me extraña: yo tengo 17 años menos que ella y también empiezo a estar cansado de muchas cosas; últimamente, del conformismo, la estupidez y el gregarismo imperantes en esta ciudad nuestra desde la implantación del mono tema.

Barcelona era otra cosa cuando llegó la bella hija de un diplomático brasileño y se quedó. Algo debió ver en nosotros, pese a la dictadura de Franco, la mojigatería de la época y nuestra tendencia genética a aburrirnos y aburrir. Probablemente, cosas que hacer. Como fundar una editorial con la que estimular la mente del ciudadano expuesto a la tabarra franquista y contribuir a ensanchar sus horizontes. O sea, lo mismo que hicieron Carlos BarralEsther Tusquets o Jorge Herralde, pero con el generoso añadido de ser una extranjera culta y cosmopolita que podría haber establecido sus reales en cualquier otro sitio menos agobiante: solo por eso ya merece que le dediquemos una calle en vida, que es lo que habría que hacer con cualquiera que viene de otro sitio, escoge Barcelona, la hace suya y mejora el nivel intelectual de sus habitantes.

Pese a su fama de mujer arisca, durante nuestra larga y esporádica relación siempre me he sentido tratado con ese cariño que se reserva al sobrino tarambana que tal vez podría esforzarse un poquito más. De lo que nunca se ha privado Beatriz es de decir siempre lo que pensaba, molestando a gente ya predispuesta a darse por ofendida. Pero todo lo ha hecho siempre desde una elegancia fatalista digna de encomio: cuando me invitaba a sus fiestas domésticas de los años 80 -¡había una bañera en el salón!-, me parecía una versión femenina del gran Gatsby.

Hubo un tiempo en que los editores que amaban la literatura más que el dinero tenían futuro. No les engaño: yo estaba allí y lo vi todo.