Editorial

Golpe a la imagen del AVE

El posible sabotaje de ayer en la línea de alta velocidad exige la revisión de sus sistemas de protección

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Considerados un formidable producto de la alta tecnología aplicada, los trenes de alta velocidad han firmado hasta la fecha un expediente brillante en cuanto a niveles de seguridad, eficacia y puntualidad en un país donde estos conceptos son difíciles de garantizar en los servicios públicos de transporte. Sorprendió por ello la súbita y obligatoria paralización que debieron sufrir ayer durante más de cuatro horas los trenes AVE en Catalunya y que afectó a 13.000 pasajeros, provocando un considerable caos ferroviario y dañando la buena imagen de marca de la línea. Las primeras pesquisas sobre el incidente descartan, sin embargo, un mal funcionamiento interno de la red, que, al parecer, sufrió un asalto de carácter delictivo. El corte en el cableado de la fibra óptica que permite el buen funcionamiento del sistema de control del tráfico aparece como una de las primeras hipótesis sobre lo que sería un execrable sabotaje y cuya razón última queda, junto a otras sospechas aún abiertas, en manos policiales.

Es cierto que, frente a los actos vandálicos, garantizar la total seguridad a lo largo de los miles de kilómetros por los que transcurre la alta velocidad en España (450 de ellos en Catalunya) supone un reto más que considerable. Como quedó ayer de manifiesto, la valla perimetral que protege todo el recorrido no es obstáculo insalvable para unos asaltantes que en determinados puntos kilométricos -muchos de ellos en Catalunya- encuentran en su huida un fácil cobijo en cercanos núcleos urbanos con alta densidad de población. Tampoco la red de fibra óptica (los verdaderos ojos del AVE) parece que esté tan a resguardo como se creía hasta ayer mismo.

Aun con todas las dificultades que comporte, el sistema de protección de la alta velocidad requiere a partir de hoy mismo una revisión para evitar que el asalto pueda repetirse y deje en evidencia la vulnerabilidad de la línea, lo que sería una catastrófica noticia para un servicio que se sostiene precisamente en la seguridad. Finalmente, el colapso de ayer dañó otro de los puntales del AVE: el respeto al viajero. Además de ver arruinados su planes, los pasajeros afectados soportaron la falta de una comunicación rápida y fiable sobre lo que estaba ocurriendo, así como un pobre plan de servicios de transporte alternativo, algo impropio de una opción ferroviaria puntera.