La evolución de Ciudadanos

¿Giro liberal, Albert? No, gracias

Rivera se equivoca si cree que mirando hacia la derecha tendrá más posibilidades de medrar

Villegas, Rivera, Arrimadas y Girauta, durante la presentación de la nueva ejecutiva.

Villegas, Rivera, Arrimadas y Girauta, durante la presentación de la nueva ejecutiva.

RAMÓN DE ESPAÑA

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El día en que Albert Rivera renunció públicamente a la socialdemocracia de los inicios de su partido, como el que renuncia a Satanás, a sus pompas y sus glorias, se me atragantó el cruasán del desayuno, metafóricamente hablando. Sobre todo, porque, a continuación, se declaró liberal, una palabra muy bonita que últimamente ha sido capitalizada por la derecha hasta convertirla prácticamente en un sinónimo del conservadurismo más deprimente.

Yo ya intuía que este hombre solo tenía una idea en la cabeza: llegar a presidente de la nación. Pero la deriva liberal –aparte de sumar nuevos náufragos que no saben a quién votar a los ya fabricados por el PSOE– no me parece que le vaya a ayudar mucho. La derecha está muy bien representada por el PP, y fuera de él no hay vida ni para la extrema derecha, como se ha visto en el caso de Vox y en el poco entusiasmo de Aznar por crear su propio partido político.

LOS CHARLATANES

Donde sí había espacio para alternativas era en la izquierda, dada la traición del PSOE a los principios básicos de la socialdemocracia –Patxi López promete volver a la casilla de salida, pero eso habrá que verlo–y la aparición de charlatanes bolivarianos como los de Podemos, a nivel nacional, o los 'comunes', a nivel catalán. Si Rivera cree que girando a la derecha tiene más posibilidades de medrar, yo creo justamente lo contrario, y no me extrañaría que dentro de unos años lo veamos convertido en la versión española de Nick Clegg, del que no se ha vuelto a saber nada desde que David Cameron le dio el abrazo del oso.

Si desde un punto de vista práctico, el liberalismo no parece ser la mejor apuesta, desde el punto de vista sentimental resulta directamente descorazonadora. En especial para los que asistimos al nacimiento del partido en condición de compañeros de viaje –o igual, visto lo visto, de tontos útiles–, procedentes en general de la izquierda y unidos por la condición de votante rebotado del PSC, que nos había agotado la paciencia con su síndrome de Estocolmo cara al nacionalismo obligatorio.

Uno de los principales impulsores del proyecto, Francesc de Carreras, dejó muy clara la fe socialdemócrata del invento, que es la que ahora se ha pasado por salva sea la parte su antiguo alumno. Y eso ha hecho que pinten bastos dentro del partido, como me ha comentado un miembro caído en desgracia al que Rivera parece haber dado por tan amortizado como Pedro Almodóvar a Fabio McNamara. «El partido se ha convertido en Albert y sus palmeros», me comentó la última vez que comí con él. Y no es el único miembro de Ciudadanos que me ha hecho partícipe de su desagrado ante el cariz que están tomando las cosas.

 Hasta ahora, el principal problema del partido era su indefinición a nivel nacional: Ciutadans se entendía; Ciudadanos, no tanto. Puede que la deriva liberal aclare un tanto las cosas, pero no en la dirección que a algunos nos hubiese gustado y en la que tanto espacio había por ocupar.