Los jueves, economía

Giro a la izquierda

La irrupción de Podemos hace renacer en el debate político el interés por los aspectos sociales

JOSEP OLIVER

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La paciencia de buena parte de la población se ha agotado. Podemos recoge el guante. Y la suma de una sociedad irritada y un partido que, de forma nebulosa, parece representarla, produce estragos en las demás formaciones. Que se manifiestan en un renacido interés por los aspectos sociales del drama actual. Uno se queda atónito al contemplar como Alfonso Alonso, el nuevo ministro de Sanidad, emerge para definir el giro social del PP, y defiende vigorosamente la necesidad de una solidaridad muy alejada de la práctica habitual de su partido. Por no hablar de la cesión a los sindicatos, al extender seis meses más las ayudas a parados sin ingresos y determinadas cargas familiares. Al PSOE, por su parte, le reverdece su vena socialdemócrata. Antonio Hernando, su portavoz en el Congreso, considera ahora que sus diferencias con el PP son insalvables, al tiempo que Pedro Sánchez demanda la revisión del artículo 135 de la Constitución. Aquel cuya modificación fue acordada in extremis por Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy en septiembre del 2011, y que fija la obligación de déficit estructural cero.

Algo parecido sucede en Catalunya, ensimismada hasta hoy en el debate nacional. De pronto, a todos los partidarios de una independencia inmediata les ha entrado la urgencia de destacar que esta debería basarse tanto en el eje social como en el nacional. Y los virajes no terminan ahí. En el Ayuntamiento de Barcelona, el alcalde Trias ha cedido a la presión del PSC, y ha reducido, aunque un tanto simbólicamente solo, las tarifas de los transportes públicos.

A diferencia de nuestro Universo, cuya velocidad se acelera y ello se percibe como un desplazamiento al rojo de la luz que se emite, nuestros colores políticos tienden a sentirse atraídos hacia ese color. Y mientras en el Universo es una materia desconocida la que impele a los astros a separarse aceleradamente, la energía que empuja a los partidos al rojo es perfectamente visible: son los efectos, sobre los resultados electorales de los partidos, de la irrupción de Podemos.

Los lectores conocen mi posición ante los ajustes de la crisis. Por inevitables, había que asumirlos, y cuando antes se efectuasen mejor. Pero del hecho que fueran inevitables, nunca se derivó que sus costes tuvieran que recaer, sistemática y unilateralmente, sobre los hombros de los que menos tienen. Por el contrario, su inevitabilidad exigía un gran acuerdo, un gran pacto social y político, que eximiera de los costes a los más desvalidos, y estableciera las reglas de su distribución entre los distintos grupos sociales.

No se quiso así. Y los ejemplos son múltiples. Desde la liquidación del impuesto sobre las herencias en Catalunya por el gobierno de Artur Mas, a la supresión en España del impuesto sobre el patrimonio por el de Rodríguez Zapatero. Desde el colapso de servicios públicos esenciales, al mantenimiento de privilegios fiscales para los más poderosos. Desde la ausencia de una política que garantice unos mínimos de subsistencia, al bochorno moral del fracaso de nuestro Estado, sustituido por unas ONG caritativas que deben organizar recogidas de alimentos para evitar la desesperación de colectivos cada vez más numerosos. Desde la demanda del Síndic de Greuges en Catalunya, Rafael Ribó, exigiendo el final de la pobreza energética, de agua y de otros servicios esenciales, a la absoluta despreocupación de los poderes públicos sobre una miseria que golpea a segmentos no menores de nuestra sociedad.

No es extraño que Podemos avance en plan militar. Quizá sus propuestas económicas y sociales pequen de cierta ingenuidad. Pero responden, y por eso avanza, a la convicción de amplias capas de la población de que, en estos últimos 20 años, las cosas se han hecho rematadamente mal. Primero, por la gestión de la expansión. Permitiendo, reguladores y gobiernos de turno, la acumulación de unos desequilibrios financieros que nos conducían a la catástrofe. Y, después, por la injusta asimetría en el reparto de las cargas del ajuste.

Lo que nos ha sucedido refleja males profundos de una sociedad que, en la expansión, no fue capaz de pedir las cuentas que ahora exige. Y que, por profundos, continúan existiendo, aunque ahora se están parcialmente exorcizando. Por ejemplo, tengo para mí que el reproche a Marc Márquez, el catalán y flamante bicampeón mundial de moto GP, que ha decidido abandonar su contribución a nuestras arcas públicas y se ha domiciliado en Andorra, será benévolo. Y si no, al tiempo.

Nos esperan tiempos convulsos. Pero vista la ineptitud de buena parte de la gobernación del país, qué quieren que les diga. Quizá no haya otro remedio. Pero no abriguen muchas esperanzas, todavía: en general, los países tienen los gobiernos que se merecen.