De Ginzburg a Manganelli

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JORDI PUNTÍ

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Este verano releí una novela de Natalia GinzburgLas palabras de la noche, y resultó ser un gran reencuentro. Las historias de Ginzburg no envejecen, quizá porque sabe retratar los estados de ánimo, emociones y caracteres universales, aunque hoy  el mundo sea muy distinto. En sus libros parece que nunca pase nada, los personajes son de una proximidad casi banal, pero de repente un diálogo se llena de amargura, o alguien sale con algo inesperado (pero muy lógico) y el aire se carga. Luego poco a poco todo vuelve a ser como antes.

Mientras leía a Ginzburg me preguntaba si hoy tiene alguna presencia. En castellano, Acantilado ha reeditado varios de sus títulos, pero hace tiempo que los editores en catalán no se fijan en ella. Sucede los mismo con otros autores italianos que hace dos décadas eran habituales: Antonio Tabucchi, Roberto Pazzi... O Danielle del Giudice, por ejemplo: ¿siguió publicando, tras Atlas occidental? (Sí, pero aquí ya no llegó, creo). Debe de ser un fenómeno cíclico, porque antes de esos narradores de finales de los 80 sucedió lo mismo con Pavese, Morante, Moravia... (Sciascia Calvino tuvieron más suerte, porque iban por libre, igual que ahora Elena Ferrante). Hoy toca publicar sobre todo a los más jóvenes, que ya han dejado atrás a la generación llamada de los «jóvenes caníbales», y un día les sucederá lo mismo a ellos. Seguro que en Italia casi todos siguen presentes, pero aquí va por modas.

Por eso es algo misterioso y extraordinario que ahora una editorial se fije en Giorgio Manganelli. El Gall editor, de Mallorca, anuncia la publicación de L'aiguamoll definitiu (en castellano en Siruela), la última novela que escribió Manganelli, poco antes de morir, pronto se cumplirán 25 años. He aquí un libro en las antípodas del realismo de Ginzburg. Manganelli escribe un viaje hacia la  muerte, hacia la ciénaga que va a absorberlo para siempre, y lo hace con una prosa iluminada y densa, cercana a la atmósfera del Pedro Páramo de Juan Rulfo. No es un libro fácil, pero quien salga de la ciénaga por la última página, embarrado, quizá tenga ganas de leer sus otros libros, más vitales y juguetones.